He tenido la dicha de observar últimamente, cada vez con mayor frecuencia, que los hombres que habitamos este mundo estamos viéndonos expuestos a un fenómeno ciertamente novedoso, curioso y hasta el momento desconocido por quienes honramos el sexo “M” que llevamos orgullosamente en nuestro Documento de Nacional de Identidad.
No me considero de ningún modo un estadista, y hasta me atrevería a anunciar sin el menor asomo de duda, que detesto a los imbéciles que pasan su vida proclamando: “Ocho de cada diez personas…”, “Cinco de cada diez madres…”, “Quince de cada cien albañiles…”, etc. Pero en esta ocasión debo admitir que de los últimos diez inodoros ajenos que he tenido el (dis)gusto de visitar, en al menos cuatro me ha ocurrido exactamente el mismo fenómeno insólito. Hago referencia, puntualmente, a los defectos de diseño industrial que estos retretes adolecen, los cuales por sus características, digamos “morfológicas”, le impiden a uno subir la tabla para orinar y que ésta permanezca vertical, inmóvil, sin necesidad de tener que sostenerla para que no vuelva a derrumbarse en dirección a nosotros, obedeciendo a una cuestión puramente física, en tanto que el ángulo que se forma entre el inodoro propiamente dicho y la tabla que intentamos levantar y sostener verticalmente, es evidentemente inferior a noventa grados.
Tal circunstancia me lleva a formular ciertas hipótesis de diversa índole y raigambre, las cuales pasaré a exponer sucintamente:
Hipótesis Nº 1: “La mala formación académica de la última camada de diseñadores industriales –en función de las bajísimas exigencias educacionales universitarias y la perniciosa flexibilización del sistema de evaluación aplicado- ha traído arraigada la torpeza e ineptitud de aquellos que hoy corren con la responsabilidad de la fabricación retretal, y consecuentemente, con el mantenimiento del orden natural excretorio.
Hipótesis Nº 2: “El avance del postmodernismo y la colosal influencia de las prácticas culturales propias de las naciones europeas
pope, por sobre las nuestras, vienen auspiciando desde la década de los noventa novedosas prácticas de uso de los toilettes, entre las cuales ha acogido un importante auge aquella referida a la instalación de una tabla de inodoro que nunca puede quedar sostenida
per se.
Hipótesis Nº 3: “El Movimiento Feminista Revolucionario surgido en Europa durante los años setenta, ha promovido en nuestro país un nuevo y funesto ataque al sexo enemigo mediante un corrupto mecanismo de soborno a los obreros de las principales fábricas de inodoros, a fin de que estos trabajadores produjeran ciertos “descuidos” en determinadas etapas de su labor, de modo que los usuarios se vean incomodados al momento de su descargo fluvial.
Hasta tanto arribe a conclusiones impetradas sobre bases puramente fácticas –pues me encuentro investigando el fenómeno minuciosamente y almacenando en mi poder elementos de prueba contundentes- me siento en el deber de alertar a la población masculina sobre el avance de este tipo de prácticas, y a su vez, de aconsejar cuáles son las posibles formas de combatir la “tabla de inodoro inestable”.
El primer gran recurso que podremos poner en práctica -y así salir victoriosos de la embarazosa situación- consiste en sostener con el pie la tabla, de modo que tendremos nuestras manos libres como para realizar todo el ritual que solemos llevar a cabo los hombres antes de evacuar aguas. Además, este ejercicio nos proporcionará cierta elongación en las piernas, que podrá suplir –muchas veces- nuestra concurrencia al gimnasio. Como gran desventaja, podría señalar que este método, conocido como “free hands” o “manos libres”, requiere un gran control de equilibrio corporal.
En caso de no poder lograr llevar a cabo el ejercicio anterior –o hasta tanto reunamos la práctica suficiente como para ponernos en forma-, nos queda una segunda opción, consistente en sostener con la mano menos hábil la tabla, al tiempo que con la restante tomaremos nuestro elemento de desagüe desagotándonos hidráulicamente. A diferencia del primer caso, este último no requiere grandes habilidades de coordinación.
Una tercera alternativa ante la problemática en cuestión podría resolverse colocando el rollo de papel higiénico o algún tubo desodorante verticalmente entre el inodoro y la tabla, cumpliendo la función de sostén. Ello nos brindará una absoluta libertad corporal de acción, pero correremos el riesgo de que el elemento logre zafarse, caiga y se pierda entre los fluidos urinales, por lo que, honestamente, desaconsejo este tipo de práctica.
También existe la posibilidad de quitar por completo la tabla del inodoro, pero ello requeriría ciertos conocimientos específicos en materia de mecánica y plomería, de forma tal que posteriormente pudiésemos volver a atrancar el mecanismo del mismo modo que como lo encontramos en un primer momento, lo que otorga a esta maniobra en el carácter de “arriesgada”.
Para ir concluyendo el presente esbozo, me vuelvo a ver en el deber de informarles cuál es mi método de preferencia a aplicar cada vez que me encuentro con una situación de esta índole. Y precisamente, no es ninguno de los anteriormente mencionados, sino que radica en bajar la tabla, dejar todo nuestro orgullo masculino de lado, sentarnos y sentirnos en nuestra intimidad, por un momento, mujer. Nadie más que nosotros se enterará y podremos relajar nuestro organismo por completo.
Esperando haberles servido de ayuda, los invito a poner en práctica esta teoría en su plenitud, y no duden en escribirme relatándome sus experiencias personales. Hasta cualquier momento.
Germán I. Navas