Back-up de textos de Germán Navas

Espacio que utilizo para mantener a salvo todo lo que escribo: cuentos, notas periodísticas, poesías, letras de canciones, fórmulas, historietas y recetas de cocina. Seguramente sea mi espacio más íntimo en la Web, por eso te pido discreción.

lunes, abril 28, 2008

Veintiuno de marzo de dos mil cuatro

Nada de lo que ocurre alrededor mío llama particularmente mi atención. Sentado, con la mirada perdida a través de la ventanilla siento la presencia de los demás pasajeros ocupando cada uno de los asientos del vagón. Alguien con fuerte olor a humo de tabaco se ubica junto a mí y se quita el sobretodo. El tren de cercanías arranca con lentitud y en pocos segundos alcanza una velocidad sorprendente. Conecto los auriculares a mi discman y me predispongo a escuchar un disco de buen jazz, grabado en vivo: “Now’s the time”, del ilustre saxofonista Charlie Parker. El día ha sido más largo de lo que pensaba. Madrid es una ciudad tan agotadora como insaciable, con su excéntrico bullicio, su inconfundible arquitectura, su particular seseo, sus galerías de arte tan codiciadas, sus bares de tapas, sus modernos estadios. Me siento tan a gusto como en casa. Sin lugar a dudas, es éste un sitio al que regresaré alguna vez. En cada ocasión que me dispongo a escuchar “Now’s the time”, no puedo dejar de transportarme a Kansas y fantasear ser yo mismo quien se encuentra tocando el saxo, dentro de un selecto cuarteto de negros jazzeros, llevando naturalmente el más perfecto de los swings. A mi derecha, la armonía del piano; a mi izquierda, el misterioso enigma del contrabajo; detrás de mí, la estrepitez del ritmo de la batería. Transcurren uno a uno los temas y los aplausos, como así también, transcurren una a una las estaciones. Voy dejando de lado la genuina noción del tiempo y espacio, y me dejo llevar por la orgásmica sensación que me ofrecen mis oídos. El tren se detiene por un momento y la ventana exhibe desde el exterior un desconsolado panorama: restos de paredes que han sido demolidas, vías muertas en reparación, enorme grúas amarillentas removiendo escombros, obreros sudorosos limpiando el carbón y el hollín que impregnan tristeza al crudo paisaje. Percibo, de pronto, un rotundo cambio de energía en los pasajeros. De permitirme los auriculares oír el ambiente exterior, apostaría haber ganado entre los presentes un silencio sepulcral. Me dejo llevar por “Ko-Ko”, sexto track, uno de mis temas favoritos, y mi pensamiento se dirige súbitamente al momento de la trágica y absurda muerte de Charlie Parker. Me resulta inquietante concebir que el saxofonista de mayor aporte al género del jazz haya tenido que dejar el mundo a sus escasos treinta y cuatro años de edad. Vuelvo, una vez más, a ratificar mi teoría de que para quedar marcado en la historia hay que morir joven. Cuentan que Bird –tal como era apodado- sufrió un colapso cardio-circulatorio como consecuencia de un ataque de risa frente al televisor de su casa. También dicen que su estado de salud era sumamente delicado a causa del consumo de heroína al que era tan adepto. Otros dicen que ya había sufrido varios intentos de suicidio tras no soportar la muerte de su pequeña hija. De cualquier manera, nadie puede poner en tela de juicio que todo el jazz que se inventó después de él, trae aparejada, directa o indirectamente, su inconfundible marca.
Estamos en Atocha, siento oír como un susurro dentro de mí. Me quito con sumo cuidado los auriculares y observo al pasajero de olor a humo de tabaco que me está hablando. Estamos en Atocha, repite. Hoy se cumplen diez días del temible atentado terrorista. Asiento con mi cabeza. Fue el atentado más grande de nuestra historia, hasta el momento llevamos cerca de doscientas personas que perdieron la vida y dos mil que resultaron heridas. El hombre continúa hablando y yo continúo asintiendo. Se dirige a mí con un aire propio de quien intenta informar otro sobre un tema que este último desconoce. Me pregunto, ¿Se habría dado cuenta de que me encuentro viajando en calidad de turista? Entre las víctimas se encontraba mi esposa, alcanza a decir bajando su mirada. Quiero contestarle, pero quedo sin palabras. Observo nuevamente la ventanilla y siento la piel de gallina. Él se calza cuidadosamente su sombrero marrón, tose tapándose la boca con su puño y se pone de pie dispuesto a bajarse en Atocha, junto a la mayoría de los pasajeros. ¿Cuánto falta para Nuevos Ministerios?, alcanzo a preguntarle. Mira, que ya te has pasado dos estaciones. Entonces, tomo mi bolso y también me pongo de pie. Alcanzo a descender justo antes de que las puertas automáticas se cierren. Camino por el andén de Atocha, en busca de algún tren que circule en dirección contraria. Mientras lo hago, no dejo sentir en el viciado aire el espeluznante olor que dejó el atentado, ni dejo de pensar en la mujer del hombre de olor a humo de tabaco, en los obreros sudorosos, en las enormes grúas amarillentas, en mi ídolo Charlie Parker, en su pequeña hijita, en la mía, en la música, en la heroína. Reflexiono acerca de lo milagroso que representa cada segundo de nuestras vidas. Mi piel vuelve a erizarse. Cientos de personas ascienden y descienden de diversos vagones. Evidentemente, es éste un horario pico. Con algo de fortuna, alcanzo a tomar un tren que recorre un sentido inverso al anterior. Desafortunadamente, no parece haber asientos libres. Me quedo parado tomado del pasamanos, enciendo el discman, conecto mis auriculares y continúo escuchando “Now’s the time” jurando y perjurándome no pasarme de largo esta vez.

lunes, abril 07, 2008

Verdadero autista vs. Verdadero animalito

Todos nosotros tenemos conocimiento de que existen dos mundos completamente diferenciados: uno es el que transcurre dentro del plano de nuestra cabeza, y el otro, es aquel que lo hace por fuera de ella. Hay que vivir en ambos, siempre en su justa medida, no podemos fiarnos ni de uno ni del otro. Los dos suelen imponerse mutuos y constantes condicionamientos: el intelecto condiciona nuestra visión del mundo, y el exterior –a su vez- condiciona nuestro intelecto. O al menos eso dicen los que saben.
Yo, como no sé, vivo una semana en cada uno: de lunes a domingo me encierro en mi interior y permanezco durante cada segundo, minuto, hora y día que transcurre en un estado de absoluta introspección, al punto de convertirme en un verdadero autista. Cuando acaba la semana al llegar el domingo a la noche –aunque mi real sensación sea la de haber transcurrido apenas unos segundos- anulo mi estado interior y comienzo a manipular mi cuerpo hasta actuar por impulsos, pulsiones, sensaciones corporales, sin pensar, razonar ni reflexionar sobre nada de ello. Me transformo en un verdadero animalito.
Hay un momento –entre semana y semana- que lo utilizo para tomar nota de mis propias conclusiones acerca de si es mejor vivir como autista o como animalito. Así, llegué a comprender que:
“Siendo autista, al tener menos contacto con el mundo exterior, uno evita por completo generarse problemas con los demás, pero no podrá evitar jamás deteriorarse, desnutrirse o ensuciarse su ropa por no haber atendido a las necesidades básicas a las que nuestro cuerpo nos tiene educados.”
“Siendo animalito, uno siempre la pasa mejor, pero resulta mayor el riesgo de meterse en líos, pues podemos toparnos con alguien que no se encuentra preso de su impulso como nosotros, sino de su raciocinio, y entonces ahí mismo llegan los problemas.”
Teniendo en cuenta estas reflexiones, sumado a otras no menos importantes a las que pude arribar previamente, he tomado una valiosa decisión: no habitaré nunca más dentro de mí, pero tampoco viviré estrictamente por fuera de mi ser: lo haré en la mente de otra persona, de un tercero, razón por la cual, quien se encuentra escribiendo en este momento no soy estrictamente yo, sino que soy la exteriorización del cuerpo que he adoptado para transitar mi camino de vida de aquí hasta el fin de mis días.
Esto es realmente maravilloso y lo recomiendo.