A mi profesor Pablo Fortuna
Creo que la primera vez que lo vi en mi vida fue tocando el saxo en el bar "El cordobés", de Castelar. Yo tendría 18 años. La segunda, con Memphis la Blusera en Pizza Banana, y la tercera soplando unos tangos con una orquesta de saxofones, en una cortadita atrás de la pizzería Noi.
Yo andaba buscando un profe para estudiar impro, y un luthier me dijo: "¿por qué no le consultás a Pablo Fortuna?"
Lo llamé, y al toque arranqué. En el par de años que compartimos me enseñó teoría musical, escalas, impro, sustitución de acordes, duetos, y algo llamado "tritonos", entre otros conceptos.
También hablábamos bastante. Él usaba la palabra 'data', como latiguillo, cuando todavía casi nadie la usaba y a mí me causaba mucha gracia. Me contaba, además, cómo era por dentro tocar en una banda de rock, y todo lo relativo a la industria de la música. Interesantísimo poder tener esas charlas porque se aprendía un montón.
"Necesito que me cubras en un casamiento" -me dijo una vez. Él estaba contratado para tocar en una recepción y le había salido una gira con la banda del Bahiano. Yo tendría que tocar una hora, me pagaban y me iba. Le pregunté si quería que compartiéramos el caché, o cómo sería el arreglo. Hubiese sido lo más lógico y esperable pactar un porcentaje para él. Pero me expresó con mucha claridad: "Si yo fuera un empresario, tuviera una oficina y me dedicara a la venta de shows para eventos, sería una cosa. Pero me dedico a hacer música y a enseñar. Lo que paguen es todo para vos".
Eso me quedó picando. El tipo me estaba formando en la ética. No le sobraba la guita y además estaba esperando una hija. Pero tenía absolutamente claras sus convicciones.
Por mi parte lo tomé, y cada vez que pude, lo repliqué con las personas a quienes yo les tenía que tercerizar laburo. Esto habrá sido hace unos 10 años.
Después de un tiempo dejé de tomar clase y no nos vimos más. Apenas una entrevista que le hice en radio cuando pasó lo de Adrián Otero.
La semana pasada lo contacté porque estoy grabando mi primer disco de canciones. Me atreví a pedirle un laburo: que tocara una línea de saxo en un tema que escribí. ¿Quién mejor que él?
Lo escuchó, me motivó -como siempre- y cuando le pedí que me lo presupueste, me dijo que -si podíamos resolver la cuestión técnica del estudio- él me lo grababa de onda.
Al igual que tiempo atrás, no era necesario, y esta vez entiendo que es indiscutiblemente su laburo. Él trabaja de músico. Sé lo que cobran los músicos profesionales y más aún los músicos de la trayectoria de Pablo. Y ni hablar en cuarentena, donde la están pasando peor que nunca, y se le deben haber caído decenas de shows.
"Es que me hacés cagar de risa en las redes sociales" -me tiró medio en broma.
Una vez más, lo ratifiqué en esa ética formadora y este nuevo gesto me llevó a recordar aquel casamiento diez años atrás, y me invita a reflexionar sobre la diferencia entre un profesor y un formador.
Hace mucho que no estudio saxo, y seguramente toda aquella 'data' se me haya olvidado. Tampoco recuerdo todas las escalas, ni los duetos, no estoy seguro de saber sustituir acordes, ni de usar bien los tritonos.
Pero hay pequeñas enseñanzas que no se olvidan nunca y nos quedan como una huella.
No sabía bien cómo retribuírselo, pero se me ocurrió que lo más justo era empezar por sentarme y escribirlo.
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