Back-up de textos de Germán Navas

Espacio que utilizo para mantener a salvo todo lo que escribo: cuentos, notas periodísticas, poesías, letras de canciones, fórmulas, historietas y recetas de cocina. Seguramente sea mi espacio más íntimo en la Web, por eso te pido discreción.

lunes, abril 30, 2007

Acerca de la risa y su onomatopeya

Tal y como os he prometido, hoy nos adentraremos en el onomatopéyico mundo de la risa. Sabemos -pues muchos de nosotros hemos investigado arduamente agotando la cuestión- que la risa (del latín rictus), presenta una gran diversidad de variantes según: su evolución histórica, su contexto geográfico, la condición socioeconómica del rictanae –es decir, del sujeto de quien imparte la carcajada-, las características físicas del rictaneo –o sea, de quien recibe el impulso jocoso-, entre otras condiciones dadas. Todo ello nos lleva a concluir, en primer término, que según la combinación de ciertas características mencionadas, estaremos en presencia de uno u otro tipo de risa.
Originariamente, en los primeros tiempos del hombre, el rictus universale comprendía un lenguaje único de risotada: “hu hu hu hu”. En cualquier lugar del mundo, la onomatopeya “hu hu hu hu” era receptada en un único y jovial sentido. Lentamente, con el correr de los siglos, dicha expresión fue evolucionando a la par del lenguaje, hasta revestir diversas formas de locución: “hohohoho" en los países anglosajones, “jijijijiji”, en el oriente, “jajajaja”, en Latinoamérica, etc.
No es nuestro primordial objetivo abarcar la totalidad de la historia de la risa, sino promover y difundir los resultados de las prácticas investigativas realizadas por la Universidad que presido. En tal sentido, detallaré exhaustivamente las diferentes costumbres iberoamericanas que existen de invocar la risotada.
- jajaja: Es la carcajada clásica, descendiente directa del “huhuhuhu”, tal como fuera expuesto ut-supra. Ejemplo:
Personaje A: -¡Se te desataron las medias!
Personaje B: –jajaja (luego de mirarse las medias y caer a cuentas del imposible que ello representa)
- jujuju: Es la risa pícara, normalmente acompañada por un acaloramiento del rostro del rictanae y, consecuentemente, del rictaneo. Ejemplo:
Personaje A: -Se me cayó algo.
Personaje B: -¿Qué cosa?
Personaje A: - ¡Un gas! Jujuju
Personaje B: - jujuju (acalorado)
- jojojo: Es la risa de los gordos. Está científicamente comprobado que las personas obesas responden a esta onomatopeya, aunque hay quienes afirman que también las anoréxicas ríen de dicho modo. Ejemplo:
Obeso A: - jojojojojojojojojojo (resaltando notablemente en el auditorio de un espectáculo de humor de Jorge Corona)
- jua: Es la risotada incómoda. Aquella que pide permiso para ser emanada, pues la situación que dio causa al carcajeo no fue lo suficientemente clara como para darse cuenta si ameritaba o no el destello jacarandoso. Ejemplo:
Personaje A: Se me murió mi perro, pero bueno, al menos no voy a tener que comprar más alimento balanceado, que está carísimo.
Personaje B: - ¡jua!
- jejéééia: Es la risa que emplean los judíos. Responde a cuestiones meramente étnicas, geográficas y religiosas. Ejemplo:
Judío A: (se encuentra llorando)
Judío B: - ¿Por qué lloras, Samuel, quién se murió?
Judío A: - ¡Mi tátele se murió!
Judío B: - Pobrecito… ¿y qué tenía?
Judío A: - Un departamentito de mierda.
Judío B: - jejéééia.
Judío A: - jejéééia.
Judío C: (que observaba la situación en silencio): - ¡jejéééia!
- juajuajua: Es la risa exagerada, falsa y desmedida. Muy común entre las personas que intentan todo el tiempo agradarles a los demás. Ejemplo:
Personaje A: - Hace una semana que no me baño.
Personaje B: - juajuajua.
- jihi: Es la risa del tímido, del que quiere pasar constantemente por desapercibido. Ejemplo:
Personaje A: (pisa una cáscara de banana)
Personaje B: -¡Cuidado!
Personaje C: -jihi (agachado y escondido detrás de un árbol)
- chííítzaaa: Constituye la risotada más popular entre los retardados mentales. También puede encontrarse con los nombres “chúúútzaaa" o “tzííítza”. Ejemplo:
Retardado A: (se babea la corbata nueva)
Retardado B: (señalándolo) - chííítzaaa.
- jurujujáju: Carcajada promovida por el conductor Raúl Portal, dotada de cierto ápice de idiotez. Estupidifica enormemente al rictanae. Ejemplo:
Portal A: - Ahora vamos a ver las preguntontas, que no es lo mismo que contar chistontos, ¡jurujujáju!
En fin, considero que los casos y ejemplos que podría darles son inabarcables. Simplemente, hemos efectuado un rápido repaso por los modos más paradigmáticos y palpables de las diversas risotadas que encontramos en nuestra cotidianeidad. Esperando que les haya servido de instrucción, me despido hasta la próxima jornada. Muchas gracias.

miércoles, abril 25, 2007

Mimotenis

- Papá, ¿por qué no se ve la pelotita?
- Sí que se ve, ¿por qué decís eso?
- ¡No, yo no la veo!
Presté debida atención a la imagen y comprendí lo que mi hijo intentaba señalarme.
- La pelotita no se ve porque es muy pequeña, y además nuestro televisor es muy antiguo –le expliqué-. Quizás con uno más grande y moderno se pueda distinguir con mayor claridad.
- ¿Y cuándo vas a traer una tele nueva, así de grande, pá? –inquirió inocentemente, abriendo sus brazos.
A partir de aquella tarde, y a lo largo de varias semanas, no pude pensar en otra cosa que en comprarle a Santiago un televisor mejor. Él se lo merecía. Sin embargo, me fue imposible dejar de tropezar una y otra vez con mi cruda realidad económica: me encontraba sin trabajo y carente de suficientes ahorros que me permitieran efectuar un gasto de semejante calaña.
Fue un viejo amigo quien me despertó una idea infalible: llevar a mi hijo a presenciar un partido de tenis. Había escuchado acerca de una exhibición de singles entre un argentino y un chileno. Tenía entendido que la entrada no era tan cara como lo que cuesta un televisor nuevo, y de ese modo, el pequeño quedaría muy conforme viendo no solamente la pelotita, sino a los jugadores en carne y hueso.
El domingo –bien tempranito- tomamos el colectivo hacia el Buenos Aires Lown Tenis. Mamá y la beba se quedaron en casa mirando el juego por la tele. Santi durmió durante todo el trayecto, y mientras tanto, yo iba leyendo un corto libre que había comprado la tarde anterior, que contenía el reglamento del tenis, por si tenía que evacuarle alguna duda específica respecto de las reglas. Mi hijo es muy preguntón para sus precoces cinco años.
Al descender, caminamos varias cuadras hasta llegar al predio. Me fue sencillo obtener los tickets, pues prácticamente no se había formado cola en la boletería, de modo que ingresamos y tomamos nuestros asientos con buena anticipación.
Yo estaba muy pendiente de Santiago, y él observaba todo lo que acontecía alrededor nuestro con total asombro. Cada tanto intercambiábamos miradas cómplices, como cuando el alcanzapelotas resbaló y cayó de boca al piso, fracturándose el tabique nasal.
Los minutos transcurrieron. El estadio se completó, diría yo, en un setenta por ciento de su capacidad, y los tenistas salieron, por fin, al terreno de juego. Saludaron al público, tomaron sus raquetas y comenzaron a disputar el desafío.
Habrían transcurrido seis o siete minutos de partido cuando mi hijo se quedó mirándome fijamente:
- Pá… sigo sin ver la pelotita.
Pensé cuánto haría que no llevábamos a Santiago al oculista, y llegué a la conclusión de que nunca lo habíamos hecho. Terminé por sentirme frustrado de su dificultad de visión, de manera que le pedí que me acompañara lentamente hacia asientos más cercanos al campo de juego, que habían quedado libre. Tomamos una ubicación privilegiada.
- No hay pelotita, papá –protestó el niño nuevamente, parándose con total convicción.
Presté toda la atención posible al partido y pude darme cuenta, repentinamente, que yo tampoco la veía. Quedé asombrado, paralizado por el pánico. Abrí mis ojos enormemente, me concentré en los jugadores, en los golpes de drive, en los de revés, en los saques… pero nunca pude visualizar la pelotita. Me acerqué –con Santiago agarrado de la mano- a un encargado de seguridad del lugar y le pregunté por qué mi hijo y yo no podíamos ver la pelotita, siendo que estábamos a no más de diez metros de distancia de los jugadores.
- Usted no puede verla porque, da la casualidad, en este partido no hay pelota de tenis.
- ¿Entonces qué cosa es lo que golpean los tenistas en cada jugada? –quise saber, con total intriga.
- Precisamente, señor, los jugadores no golpean absolutamente nada. En todo caso: el aire, si se quiere.
- ¿¡Qué me está queriendo decir!? ¿Los jugadores, entonces, están fingiendo? ¡Esto es una estafa! ¡Quiero hablar con el responsable de este chantaje!
El encargado de seguridad nos condujo en silencio por un largo pasillo hasta una oficina administrativa adornada con dos iniciales pintadas en la puerta: M.T. Un hombre levemente jorobado, con dientes amarillos y ojos saltones nos hizo entrar al despacho ofreciéndonos amablemente un asiento para que nos pongamos cómodos. Confieso que nunca me sentí tan pésimo padre como aquel día, y aún sabiendo que yo no era el culpable del fraude y de la lógica desidia de mi hijo.
- No me digan nada, sé muy bien por qué están aquí –comenzó a sermonear el jorobado-. Lo que ustedes están viendo no es un encuentro de tenis como cualquier otro, sino un partido de mimotenis –simuló encender un cigarrillo imaginario con un encendedor también inexistente, y comenzó a fumar-. El mimotenis es un deporte similar al tenis, pero sin pelotita –largó por su boca el aire que se suponía humo-. Los jugadores simulan dar fabulosos golpes y la gente se entusiasma tanto con ello que se olvida de la falta del pequeño balonzuelo amarillento, y disfruta del partido sin hacerse tantas preguntas –concluyó comenzando a improvisar acordes silenciosos de una guitarra imaginaria.
No podía dejar de sentirme asombrado. Perpetré mi primera pregunta:
- ¿Y los cientos, o quizás miles de espectadores que están en las tribunas viendo el match piensan que están jugando tenis de verdad?
- Por supuesto que sí –contestó suavemente, al tiempo que hacía la mímica perteneciente a las acciones de dejar la guitarra en el suelo, servirse de una botella y tomar un vaso con agua. Luego, el jorobado apoyó en la mesa su vaso invisible y sentenció:
- ¿Alguna otra pregunta?

Nos fuimos a casa. Preferí no contarle nada de esto a mi mujer. Allí fui juntando hasta la última moneda que encontré dando vueltas –incluido los ahorros del pobre Santiaguito-, y salí a comprar un televisor como Dios manda. Tardé poco en regresar con lo que significó nuestra nueva joya multinorma, de 124 canales, control remoto, y sonido estéreo. Sin embargo, pienso que dicha adquisición nos queda demasiado grande para el uso que le podamos dar, pues nuestro único propósito no es otro que mirar –Santi y yo- los fabulosos partidos de mimotenis.

miércoles, abril 11, 2007

Todas las abuelas del mundo tienen ojos en el culo

Domingo – 7:05 AM.
No tuve otra alternativa que ingresar por la entrada del garage, manipulando así la única llave que acarreaba conmigo. Arrastrando los pies a causa de mi extremo cansancio, subí como pude, lentamente, uno a uno, los peldaños que conducían a mi cuarto. No recordaba con exactitud en qué lugares había estado durante el transcurso de aquella noche: creo haberme subido a un auto, para luego aparecer en una discoteca. Sin embargo, no estoy tan seguro de ello, sólo guardo algunas imágenes sueltas, difusas.
Mientras me desvestía e intentaba, inútilmente, quitarme las zapatillas sin desatarme los cordones, creí ver desde la ventana del cuarto, que mira al fondo de casa, a mi abuela -ya levantada con los primeros rayos de sol- caminando alrededor del auto que mi papá estaciona allí. No podía distinguir qué era exactamente lo que ella hacía con sus movimientos de brazos. Al principio, atribuí aquel desconcierto, exclusivamente, al sopor de mi borrachera, pero al correr los minutos acusé de mi falta de discernimiento a la distancia que había desde mi habitación hasta el fondo (15 metros aproximadamente).
Bajé en calzones, lentamente, escalón por escalón, con el torso desnudo y atravesé la casa hasta salir al fondo. Lo que pude ver en aquel momento me paralizó por completo: se trataba de mi abuela rociando el coche con Raid para mosquitos, desde afuera. Traté de atribuirle algún sentido a lo que mis ojos estaban viendo.
- Es que los mosquitos están cada vez más terribles y yo tengo miedo de que un día de estos nos piquen el auto –exclamó mi abuela dándome la espalda, sin voltearse, pero percatándose -vaya a saber Dios cómo- de mi presencia.
En adelante, todo lo que atiné a hacer fue, simplemente, pensar, pensar y pensar. Verdaderamente, no sé si se tratará de la edad, o de qué, pero hay cosas que no me terminan de entrar en la cabeza, y cada vez me queda menor duda de ello: mi abuela tiene ojos en el culo.