Back-up de textos de Germán Navas

Espacio que utilizo para mantener a salvo todo lo que escribo: cuentos, notas periodísticas, poesías, letras de canciones, fórmulas, historietas y recetas de cocina. Seguramente sea mi espacio más íntimo en la Web, por eso te pido discreción.

miércoles, abril 25, 2007

Mimotenis

- Papá, ¿por qué no se ve la pelotita?
- Sí que se ve, ¿por qué decís eso?
- ¡No, yo no la veo!
Presté debida atención a la imagen y comprendí lo que mi hijo intentaba señalarme.
- La pelotita no se ve porque es muy pequeña, y además nuestro televisor es muy antiguo –le expliqué-. Quizás con uno más grande y moderno se pueda distinguir con mayor claridad.
- ¿Y cuándo vas a traer una tele nueva, así de grande, pá? –inquirió inocentemente, abriendo sus brazos.
A partir de aquella tarde, y a lo largo de varias semanas, no pude pensar en otra cosa que en comprarle a Santiago un televisor mejor. Él se lo merecía. Sin embargo, me fue imposible dejar de tropezar una y otra vez con mi cruda realidad económica: me encontraba sin trabajo y carente de suficientes ahorros que me permitieran efectuar un gasto de semejante calaña.
Fue un viejo amigo quien me despertó una idea infalible: llevar a mi hijo a presenciar un partido de tenis. Había escuchado acerca de una exhibición de singles entre un argentino y un chileno. Tenía entendido que la entrada no era tan cara como lo que cuesta un televisor nuevo, y de ese modo, el pequeño quedaría muy conforme viendo no solamente la pelotita, sino a los jugadores en carne y hueso.
El domingo –bien tempranito- tomamos el colectivo hacia el Buenos Aires Lown Tenis. Mamá y la beba se quedaron en casa mirando el juego por la tele. Santi durmió durante todo el trayecto, y mientras tanto, yo iba leyendo un corto libre que había comprado la tarde anterior, que contenía el reglamento del tenis, por si tenía que evacuarle alguna duda específica respecto de las reglas. Mi hijo es muy preguntón para sus precoces cinco años.
Al descender, caminamos varias cuadras hasta llegar al predio. Me fue sencillo obtener los tickets, pues prácticamente no se había formado cola en la boletería, de modo que ingresamos y tomamos nuestros asientos con buena anticipación.
Yo estaba muy pendiente de Santiago, y él observaba todo lo que acontecía alrededor nuestro con total asombro. Cada tanto intercambiábamos miradas cómplices, como cuando el alcanzapelotas resbaló y cayó de boca al piso, fracturándose el tabique nasal.
Los minutos transcurrieron. El estadio se completó, diría yo, en un setenta por ciento de su capacidad, y los tenistas salieron, por fin, al terreno de juego. Saludaron al público, tomaron sus raquetas y comenzaron a disputar el desafío.
Habrían transcurrido seis o siete minutos de partido cuando mi hijo se quedó mirándome fijamente:
- Pá… sigo sin ver la pelotita.
Pensé cuánto haría que no llevábamos a Santiago al oculista, y llegué a la conclusión de que nunca lo habíamos hecho. Terminé por sentirme frustrado de su dificultad de visión, de manera que le pedí que me acompañara lentamente hacia asientos más cercanos al campo de juego, que habían quedado libre. Tomamos una ubicación privilegiada.
- No hay pelotita, papá –protestó el niño nuevamente, parándose con total convicción.
Presté toda la atención posible al partido y pude darme cuenta, repentinamente, que yo tampoco la veía. Quedé asombrado, paralizado por el pánico. Abrí mis ojos enormemente, me concentré en los jugadores, en los golpes de drive, en los de revés, en los saques… pero nunca pude visualizar la pelotita. Me acerqué –con Santiago agarrado de la mano- a un encargado de seguridad del lugar y le pregunté por qué mi hijo y yo no podíamos ver la pelotita, siendo que estábamos a no más de diez metros de distancia de los jugadores.
- Usted no puede verla porque, da la casualidad, en este partido no hay pelota de tenis.
- ¿Entonces qué cosa es lo que golpean los tenistas en cada jugada? –quise saber, con total intriga.
- Precisamente, señor, los jugadores no golpean absolutamente nada. En todo caso: el aire, si se quiere.
- ¿¡Qué me está queriendo decir!? ¿Los jugadores, entonces, están fingiendo? ¡Esto es una estafa! ¡Quiero hablar con el responsable de este chantaje!
El encargado de seguridad nos condujo en silencio por un largo pasillo hasta una oficina administrativa adornada con dos iniciales pintadas en la puerta: M.T. Un hombre levemente jorobado, con dientes amarillos y ojos saltones nos hizo entrar al despacho ofreciéndonos amablemente un asiento para que nos pongamos cómodos. Confieso que nunca me sentí tan pésimo padre como aquel día, y aún sabiendo que yo no era el culpable del fraude y de la lógica desidia de mi hijo.
- No me digan nada, sé muy bien por qué están aquí –comenzó a sermonear el jorobado-. Lo que ustedes están viendo no es un encuentro de tenis como cualquier otro, sino un partido de mimotenis –simuló encender un cigarrillo imaginario con un encendedor también inexistente, y comenzó a fumar-. El mimotenis es un deporte similar al tenis, pero sin pelotita –largó por su boca el aire que se suponía humo-. Los jugadores simulan dar fabulosos golpes y la gente se entusiasma tanto con ello que se olvida de la falta del pequeño balonzuelo amarillento, y disfruta del partido sin hacerse tantas preguntas –concluyó comenzando a improvisar acordes silenciosos de una guitarra imaginaria.
No podía dejar de sentirme asombrado. Perpetré mi primera pregunta:
- ¿Y los cientos, o quizás miles de espectadores que están en las tribunas viendo el match piensan que están jugando tenis de verdad?
- Por supuesto que sí –contestó suavemente, al tiempo que hacía la mímica perteneciente a las acciones de dejar la guitarra en el suelo, servirse de una botella y tomar un vaso con agua. Luego, el jorobado apoyó en la mesa su vaso invisible y sentenció:
- ¿Alguna otra pregunta?

Nos fuimos a casa. Preferí no contarle nada de esto a mi mujer. Allí fui juntando hasta la última moneda que encontré dando vueltas –incluido los ahorros del pobre Santiaguito-, y salí a comprar un televisor como Dios manda. Tardé poco en regresar con lo que significó nuestra nueva joya multinorma, de 124 canales, control remoto, y sonido estéreo. Sin embargo, pienso que dicha adquisición nos queda demasiado grande para el uso que le podamos dar, pues nuestro único propósito no es otro que mirar –Santi y yo- los fabulosos partidos de mimotenis.