Back-up de textos de Germán Navas

Espacio que utilizo para mantener a salvo todo lo que escribo: cuentos, notas periodísticas, poesías, letras de canciones, fórmulas, historietas y recetas de cocina. Seguramente sea mi espacio más íntimo en la Web, por eso te pido discreción.

martes, enero 23, 2007

Cuento "El catador"

El catador

¡Mozo, esta sopa crema está desabrida! –protestó el Sr. Oscar Watson subiéndose la bragueta.
¡Mozo, a este Daikiri le falta ron! –protestó el Sr. Oscar Watson, minutos más tarde, volviéndose a subir la bragueta.
¡Mozo, este vino está rancio! –protestó el Sr. Oscar Watson, subiéndose por última vez la bragueta, y retirándose definitivamente del restaurante.

            Durante su niñez, el pequeño Oscar sufría de severos ataques de nerviosismo. Su padre, Hipólito Watson, al ver que su hijo empeoraba cada día más en su patología, realizó innumerables consultas a diferentes médicos y psicólogos de la especialidad, todas ellas sin el más mínimo éxito. El niño sufría, por momentos, recaídas abominables dentro de las cuales solía tirarse del pelo, morderse los dedos de los pies, escupirse la remera, o golpear fuertemente a su abuela Chona, entre otras atrocidades.
            Ya casi vencido, y pronosticando un camino sin retorno, Hipólito visitó a un brujo chamán, quien le apuntó: “mojarás los testículos del pequeño Oscar en un vaso con agua, y ello le traerá la calma”. Y así fue como el sistema sugerido por el brujo dio completo resultado. Ante cada episodio de excitación, el padre tomaba un vaso con agua, le bajaba los calzones a su hijo, y tomando cuidadosamente sus testículos, se los hundía en aquél. Y hete allí, la más absoluta calma. La fórmula del chamán dio un éxito que nadie –ni siquiera el propio Hipólito- se había atrevido a pronosticar.
            Los años transcurrieron, Oscar fue creciendo y transformándose en un verdadero adulto. Rápidamente aprendió –entre otras cosas- a aplicarse él mismo y por sus propios medios, la dosis preventiva de agua en sus testículos ante cualquier señal de eventual nerviosismo. No escapará al análisis de cualquier psicólogo, que dicho acto pulsional le ocasionaba un consolador placer, volcando toda su libido en el delicioso acto de humectación en aquella zona erógena. Ello lo fue motivando a aplicarse dichas “dosis” aún sin sentir sus habituales alteraciones nerviosas, sino más bien, por mero regodeo.
            La noche en que Oscar cumplió 22 años se suscitó un extraño episodio que marcaría su vida. Una vez que los invitados de su fiesta se marcharon, quedando en absoluta soledad, el joven tomó sin darse cuenta un vaso cuyo contenido no era el usual y se lo llevó imprudentemente a sus pelotas. A continuación, las hundió, y tras experimentar una sensación tan diferente como novedosa, prorrumpió: -¡Jugo de naranja!
            Inmediatamente tomó de la mesa otro vaso plástico que había sobrado de la celebración, y sin mirar su contenido se desafió a sí mismo llevándolo a su zona genital. Se concentró y sentenció: -¡Coca Cola dietética!
            Desde aquel entonces, Oscar tomó plena conciencia de que sus huevos habían desarrollado propiedades gustativas, y tal fue el éxito que obtuvo con dicha técnica, que su calidad de degustación superó al mejor de los paladares humanos, convirtiéndose en un verdadero y particular catador testicular.
            Hoy, a los 58 años de edad -mientras la ciencia sigue intentando encontrar la respuesta a este particular fenómeno- mi padre trabaja día y noche catando vinos para las más finas bodegas a nivel nacional e internacional, y en temporada de olivares, degusta aceites de oliva de las más prestigiosas fincas de exportación de nuestro país.
            Su libro “Desarrollando el paladar testicular” –respecto del cual he tenido el honor de escribir el prólogo- se ha convertido en un verdadero éxito de ventas, y en los próximos meses comenzará a rodarse el film documental que narra su vida y se titulará “Oscar Watson: con el agua hasta las bolas”, dirigido por el surrealista cineasta catalán Jordi Arnau.
            Dentro de los principales misterios que siempre han girado en torno a mi padre, se destaca el interrogante acerca del carácter hereditario de su don. Pues bien, como único hijo quisiera confesar que jamás he querido intentarlo, aunque ello no quita que en ciertas ocasiones lo haya premeditado. A lo largo de mi vida he sostenido que cada órgano vital tiene una función única e indispensable para nuestro organismo. De hecho, cada vez que me alguien me preguntaba al respecto, solía contestar: -Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa: relojero a tu reloj y zapatero a tus zapatos.
            Sin embargo, hoy cumplo 22 años, la misma edad que tenía mi padre al momento de descubrir las propiedades gustativas de sus testículos. Siento que ya soy lo suficientemente maduro como para afrontar la respuesta, y que la intriga por fin me ha vencido; quien sabe, tal vez cargue con su misma virtud. Es éste el instante de descubrirlo, y por eso, ya tengo la bragueta baja y el vaso con agua preparado delante de mí. Ha llegado la hora.
            ¡Salud, compañeros!

            

2 Comments:

  • At 7:39 a. m., Anonymous Anónimo said…

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  • At 8:50 a. m., Anonymous Anónimo said…

    buenisimo ger, me encanto =)

    besos hermanito!
    te adoro

     

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