Cuento: "Geriátricos del futuro"
Me encuentro reposado en un cómodo sillón de mi casa imaginando cómo serán los geriátricos en el futuro. Antes que nada, tendríamos que convenir –mis respetados lectores- acerca de cuál sería la fecha estimativa en que comienza el futuro, porque cuando era pequeño recuerdo que solía pensar que el mismo comenzaría en el año dos mil, y que en nuestros hogares tendríamos robots, los autos volarían y los objetos se podrían teletransportar a la velocidad de la luz. En definitiva, a partir de determinados cálculos y fórmulas botánicas, tecnológicas y deportivas -sobre las cuales no veo que tenga mucho sentido que me tome el trabajo de explicarle, ilustrado lector, pues Ud. jamás lo entendería- llegué a la conclusión de que el futuro empezará exactamente en el año dos mil ciento treinta y siete.
Retomando la idea de los geriátricos del futuro, o sea, a partir de dos mil ciento treinta y siete, sospecho que los mismos van a agrupar a los ancianos por oficio. En efecto, contaremos con centros geriátricos de bomberos, donde solamente podrán internarse y convivir personas que hayan revestido dicha condición laboral a lo largo de su vida; como así también, sobrevendrán aquellos que reciban únicamente psicólogos, abogados, maestras jardineras, taxistas, mecanógrafos, etc. Sin embargo, me atrevería a arriesgar que los capitanes de barco y los analistas de sistemas serán congregados y mezclados dentro de mismos asilos, como así también los bailarines con los árbitros de fútbol, y los ajedrecistas con los toreros.
No puedo establecer con precisión a dónde quiero llegar con semejante torrente de pensamiento. Tampoco creo que mi intención sea arribar con firmeza a alguna conclusión en particular; tan sólo estoy permitiéndome llevar a cabo un acto tan simple y llano como lo es imaginar el futuro, y créanme –incrédulos lectores- que dentro de mí continúo proyectando geniales acontecimientos de diversa índole, los cuales me resultan sumamente ocurrentes y, por más que lo intente, les juro que no puedo contener la risotada. En estas condiciones, resulta más que evidente que no puedo permitirme continuar escribiendo. Sepan excusarme, de veras.
Retomando la idea de los geriátricos del futuro, o sea, a partir de dos mil ciento treinta y siete, sospecho que los mismos van a agrupar a los ancianos por oficio. En efecto, contaremos con centros geriátricos de bomberos, donde solamente podrán internarse y convivir personas que hayan revestido dicha condición laboral a lo largo de su vida; como así también, sobrevendrán aquellos que reciban únicamente psicólogos, abogados, maestras jardineras, taxistas, mecanógrafos, etc. Sin embargo, me atrevería a arriesgar que los capitanes de barco y los analistas de sistemas serán congregados y mezclados dentro de mismos asilos, como así también los bailarines con los árbitros de fútbol, y los ajedrecistas con los toreros.
No puedo establecer con precisión a dónde quiero llegar con semejante torrente de pensamiento. Tampoco creo que mi intención sea arribar con firmeza a alguna conclusión en particular; tan sólo estoy permitiéndome llevar a cabo un acto tan simple y llano como lo es imaginar el futuro, y créanme –incrédulos lectores- que dentro de mí continúo proyectando geniales acontecimientos de diversa índole, los cuales me resultan sumamente ocurrentes y, por más que lo intente, les juro que no puedo contener la risotada. En estas condiciones, resulta más que evidente que no puedo permitirme continuar escribiendo. Sepan excusarme, de veras.
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