Cuento: "Diálogo con mi perro Nerón"
Cierta mañana, me encontraba cortando el pasto del jardín de casa, a pleno rayo de sol. Y no lo hacía porque me relamiera cortar la hierba, sino más bien, como consecuencia de la amenaza impetrada por mi madre, quien alegaba que si yo no daba –en forma inmediata- un uso apropiado a nuestra bordeadora sobre los altos pastizales, debía abandonar inexorablemente el lecho que nos une. Claro, que ella me lo señaló en términos menos refinados: “¿Podés dejar de rascarte los huevos, agarrar la bordeadora y hacer algo por la casa, grandote al pedo? ¡O agarrás tus cosas y te vas bien a la mierda!”Al finalizar la poda, quedé extenuado. Me quité la remera, y con ella limpié cada una de las gotas de sudor que escurrían a través de mi cuerpo peludo. Tras quitarme la humedad del rostro, reparé un instante en frotarme los ojos, y al abrirlos, pude ver a mi perro Nerón sentado frente a mí, mirándome fijamente. Le dije –como quien dice al pasar-: “¿Qué mirás, Nerón?” -a lo que él respondió-: “¿Qué mirás vos, gilastrún?”. En aquel instante especulé con que aquello pudo haber sido una simple alucinación, producto de la insolación. Sin embargo, me atreví a replicarle: “¿Me hablaste a mí, Nerón?”, y la respuesta no tardó en llegar: “No, le hablé a la vecina de enfrente”. Me fastidió que me burlara, pero la ansiedad por iniciar una conversación con él era aún mayor. Sentí quedarme sin palabras. Reflexioné: ¿Qué podría preguntarle a mi perro ahora que sé que pude hablar? Ciertamente, nunca lo había pensado. De modo que decidí iniciar una sana conversación hablando del tiempo, como hace todo el mundo cuando no tiene de qué hablar: “¿Hace calor, no?” –me atreví a disparar. “Decímelo a mí, que tengo un manto de pelo equivalente a dos frazadas de felpa”. Quizás la pregunta no había sido de lo más atinado. Probé nuevamente, apelando a sus sentimientos: “¿Me querés, Nerón?”. Aquella pregunta lo ablandó, y así fue, entonces, como comenzó un diálogo sublime, en el que discutimos de numerosos temas, tales como la situación actual del país, el avance de la informática en la última década, los piqueteros, sus deseos sexuales reprimidos, su pasión por el jazz, su intención de leer textos de filosofía antigua y sus ansias de conocer otros rincones del mundo. Esto último me inquietó de sobremanera, pues estaba intentando decirme –de algún modo- que quería irse de casa.
Ya transcurrieron siete años, un mes y once días desde que nuestro ovejero dejó su cucha. Nunca más supe de él. Si bien es cierto que siempre respeté su decisión, debo confesar que lo extraño como nunca extrañé a nadie ni a nada en el mundo. Y cada mañana, al despertar, corro desesperadamente al fondo de casa, anhelando verlo revolotear entre las tibias sombras de nuestra parra.
Jamás podré olvidar aquel día y aquella conversación con mi perro Nerón.
Ya transcurrieron siete años, un mes y once días desde que nuestro ovejero dejó su cucha. Nunca más supe de él. Si bien es cierto que siempre respeté su decisión, debo confesar que lo extraño como nunca extrañé a nadie ni a nada en el mundo. Y cada mañana, al despertar, corro desesperadamente al fondo de casa, anhelando verlo revolotear entre las tibias sombras de nuestra parra.
Jamás podré olvidar aquel día y aquella conversación con mi perro Nerón.
1 Comments:
At 9:19 a. m., Anónimo said…
nooo! netito no te vayas!! mi chinchus.. no te vayas!
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