Imaginario Colectivo
- Existe, comúnmente, instalado entre nosotros un imaginario colectivo… –explicó un joven profesor de la Facultad de Derecho, en oportunidad en que se disponía a abordar cuestiones criminológicas.
En aquel entonces, me encontraba sentado, muy relajado, en el segundo banco del aula, cuando comencé, precisamente, a imaginarme un colectivo. Pero no era un colectivo como cualquier otro, sino uno en el que los pasajeros pagaban su boleto y debían ubicarse en el asiento del chofer, asumiendo allí la primordial función transportística: conducir. Por su parte, los restantes asientos –es decir, los que habitualmente usufructúan los pasajeros- eran ocupados por choferes, todos ellos debidamente vestidos con sus clásicos atuendos –camisa azul, pantalón y zapatos-. Y lo extraño de todo aquello es que en dicho vehículo de línea, en el lugar donde normalmente se ubica la máquina emisora de boletos, había un pollo desplumado cantando el tema “Cabaret”, de conformidad con la versión que popularizó Liza Minelli. Los choferes subían uno a uno insertando monedas de diferentes tamaños, colores y aromas dentro de una ranura ubicada en el ojete del ave, y ante cada acto de introducción de dinero, el ave prorrumpía un grito teñido de cierto tono arrabalero: -¡Arriba esos corazones!
- ¿Y Ud. qué opina al respecto, Navas? –me trajo de vuelta a la realidad el profesor. Y en aquél momento eché un simple vistazo a mi alrededor que me sirvió de gran ayuda como para darme cuenta de que todo el alumnado reparaba en mi persona.
- Opino que el pollo desafina demasiado –contesté con total convicción.
En aquel entonces, me encontraba sentado, muy relajado, en el segundo banco del aula, cuando comencé, precisamente, a imaginarme un colectivo. Pero no era un colectivo como cualquier otro, sino uno en el que los pasajeros pagaban su boleto y debían ubicarse en el asiento del chofer, asumiendo allí la primordial función transportística: conducir. Por su parte, los restantes asientos –es decir, los que habitualmente usufructúan los pasajeros- eran ocupados por choferes, todos ellos debidamente vestidos con sus clásicos atuendos –camisa azul, pantalón y zapatos-. Y lo extraño de todo aquello es que en dicho vehículo de línea, en el lugar donde normalmente se ubica la máquina emisora de boletos, había un pollo desplumado cantando el tema “Cabaret”, de conformidad con la versión que popularizó Liza Minelli. Los choferes subían uno a uno insertando monedas de diferentes tamaños, colores y aromas dentro de una ranura ubicada en el ojete del ave, y ante cada acto de introducción de dinero, el ave prorrumpía un grito teñido de cierto tono arrabalero: -¡Arriba esos corazones!
- ¿Y Ud. qué opina al respecto, Navas? –me trajo de vuelta a la realidad el profesor. Y en aquél momento eché un simple vistazo a mi alrededor que me sirvió de gran ayuda como para darme cuenta de que todo el alumnado reparaba en mi persona.
- Opino que el pollo desafina demasiado –contesté con total convicción.
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