Todas las abuelas del mundo tienen ojos en el culo
Domingo – 7:05 AM.
No tuve otra alternativa que ingresar por la entrada del garage, manipulando así la única llave que acarreaba conmigo. Arrastrando los pies a causa de mi extremo cansancio, subí como pude, lentamente, uno a uno, los peldaños que conducían a mi cuarto. No recordaba con exactitud en qué lugares había estado durante el transcurso de aquella noche: creo haberme subido a un auto, para luego aparecer en una discoteca. Sin embargo, no estoy tan seguro de ello, sólo guardo algunas imágenes sueltas, difusas.
Mientras me desvestía e intentaba, inútilmente, quitarme las zapatillas sin desatarme los cordones, creí ver desde la ventana del cuarto, que mira al fondo de casa, a mi abuela -ya levantada con los primeros rayos de sol- caminando alrededor del auto que mi papá estaciona allí. No podía distinguir qué era exactamente lo que ella hacía con sus movimientos de brazos. Al principio, atribuí aquel desconcierto, exclusivamente, al sopor de mi borrachera, pero al correr los minutos acusé de mi falta de discernimiento a la distancia que había desde mi habitación hasta el fondo (15 metros aproximadamente).
Bajé en calzones, lentamente, escalón por escalón, con el torso desnudo y atravesé la casa hasta salir al fondo. Lo que pude ver en aquel momento me paralizó por completo: se trataba de mi abuela rociando el coche con Raid para mosquitos, desde afuera. Traté de atribuirle algún sentido a lo que mis ojos estaban viendo.
- Es que los mosquitos están cada vez más terribles y yo tengo miedo de que un día de estos nos piquen el auto –exclamó mi abuela dándome la espalda, sin voltearse, pero percatándose -vaya a saber Dios cómo- de mi presencia.
En adelante, todo lo que atiné a hacer fue, simplemente, pensar, pensar y pensar. Verdaderamente, no sé si se tratará de la edad, o de qué, pero hay cosas que no me terminan de entrar en la cabeza, y cada vez me queda menor duda de ello: mi abuela tiene ojos en el culo.
No tuve otra alternativa que ingresar por la entrada del garage, manipulando así la única llave que acarreaba conmigo. Arrastrando los pies a causa de mi extremo cansancio, subí como pude, lentamente, uno a uno, los peldaños que conducían a mi cuarto. No recordaba con exactitud en qué lugares había estado durante el transcurso de aquella noche: creo haberme subido a un auto, para luego aparecer en una discoteca. Sin embargo, no estoy tan seguro de ello, sólo guardo algunas imágenes sueltas, difusas.
Mientras me desvestía e intentaba, inútilmente, quitarme las zapatillas sin desatarme los cordones, creí ver desde la ventana del cuarto, que mira al fondo de casa, a mi abuela -ya levantada con los primeros rayos de sol- caminando alrededor del auto que mi papá estaciona allí. No podía distinguir qué era exactamente lo que ella hacía con sus movimientos de brazos. Al principio, atribuí aquel desconcierto, exclusivamente, al sopor de mi borrachera, pero al correr los minutos acusé de mi falta de discernimiento a la distancia que había desde mi habitación hasta el fondo (15 metros aproximadamente).
Bajé en calzones, lentamente, escalón por escalón, con el torso desnudo y atravesé la casa hasta salir al fondo. Lo que pude ver en aquel momento me paralizó por completo: se trataba de mi abuela rociando el coche con Raid para mosquitos, desde afuera. Traté de atribuirle algún sentido a lo que mis ojos estaban viendo.
- Es que los mosquitos están cada vez más terribles y yo tengo miedo de que un día de estos nos piquen el auto –exclamó mi abuela dándome la espalda, sin voltearse, pero percatándose -vaya a saber Dios cómo- de mi presencia.
En adelante, todo lo que atiné a hacer fue, simplemente, pensar, pensar y pensar. Verdaderamente, no sé si se tratará de la edad, o de qué, pero hay cosas que no me terminan de entrar en la cabeza, y cada vez me queda menor duda de ello: mi abuela tiene ojos en el culo.
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