El hombre oscuro
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El hombre oscuro camina inmutable a mi acecho. Rumea pasos amenazantes que se van hundiendo en la depresión de la noche. Es tarde, hace frío, es la hora del hombre oscuro. A medida que avanza de frente a mí, su silueta se vuelve más enorme y su piel más umbrosa. Tic tac. La calle inhóspita, viene a mi encuentro, avanza como una torre negra en un tablero de ajedrez. Tic tac. El eco de su pisada reverberante sella los latidos de mi cuenta regresiva. Tic tac.
Toco disimuladamente mi billetera. Repaso cuánto dinero llevo. Intento
recordar si traje los documentos conmigo. Ya no hay tiempo para llamar a la
policía. Eso podría enfurecerlo, y no hay cosa peor que un hombre oscuro
furioso. Tic tac. De nada serviría intentar escapar: los hombres oscuros suelen
ser más rápidos que uno.
Comienzo a morder su sombra amplificada, el encuentro es inminente. Tic
tac. Entregado, aguardo su jaque mate. Puede llevarse mis pertenencias, pero
que no me haga daño. Tic tac. Tengo una hija, señor. Una hija, una esposa y un perro.
Tic tac.
Ya enfrentados, alcanzo a distinguir sus facciones: rostro temeroso, mirada
esquiva. Un sonido imperceptible se produce por el rechinar de sus dientes. Tic
tac. Y eludiéndome, cruza precipitadamente de vereda y echa a correr.
Me quedo detenido y lo último que consigo es reparar en sus piernas, tic
tac, que tiemblan de espanto. Tiemblan, despavoridas, huyendo de la amenaza
de ese hombre oscuro que yo soy.