Me tiro en la cama, ya es medianoche, cierro los ojos. No puedo dormirme y sé por qué es: estoy gestando una idea. Me vino de golpe. La idea. A veces me pasa, aunque cada vez menos. La veo venir, la dejo entrar y le preparo un té. A la idea. Es buena, eh, tiene un potencial enorme. Es una idea nuclear. Debería encontrarle un cuerpo, debería vestirla. Puedo ponerle traje de canción, de cuento, de guión. Aunque pienso que es mejor escribirla mañana, ya descansado. Sí, mejor. ¿Vas a abandonarme, Navas, ahora que aparecí? Es verdad, mañana cuando despierte te habré olvidado, ya me pasó antes, no debería confiar en mi memoria. Manoteo el celular y grabo una nota de voz. Listo, te atrapé, cuando despierte nos vemos y la seguimos. Apoyo mi cabeza en la almohada y cierro los ojos otra vez. A partir de ahí la idea echa raíz y crece ramificándose con velocidad, creando un mundo del que no me puedo desentender. La observo y grabo la segunda nota de voz en el celular. Ya es la una, dormite Navas, que mañana tenés audiencia. Pero no puedo, esta vez vino buena. La idea, digo. Está enorme, ya no me cabe en la cabeza. Menos cabe en una nota de voz. Está por explotar. Me levanto urgente. Camino descalzo al living, gracias Navas, no te vas a arrepentir, vas a ver. Abro la computadora, y se va a los dedos. Me refiero, claro, a la idea. La dejo, que haga sola en el teclado. Parece que quiere ser cuento. Mejor, una vez fue canción y mi vecino protestó. Le doy rienda suelta, vaya querida pero apúrese que ya son casi las dos de la mañana y en seis horas declara un testigo. Me convierto en un espectador de las palabras que se forman por las letras que mis dedos escupen a través de las teclas. No paran, parece que había mucho por decir. Así, los minutos, así las horas. A a las cinco y media, la idea pone el punto final. Mi mente se desagota formando un remolino hidráulico. Reviso el material una y otra vez. Te dije que no te ibas a arrepentir, Navas. Cierto, estoy satisfecho. Voy al baño, con una mano agarro el celular y borro las notas de audio. Con la otra mano agarro el pito, meo, después me acuesto y cierro los ojos. Ya está. Dormite Navas. Dormite porque, aunque hayas hecho un gran trabajo, nada de esto lo sabrá el juez que en un par de horas tomará la audiencia donde, con cara de dormido, interrogarás a tu testigo de parte