De la felatio asistida
El historiador vasco Juan de la Cruz Mendizábal (1909-1961) habría pasado inadvertido a través de la historia, de no haber sido quien por primera vez lograra acceder a los archivos secretos del Vaticano. Aún se desconocen los medios empleados por Mendizábal para vulnerar su inquebrantable custodia, mas la fuerte veracidad de los documentos incautados ha devenido indiscutiblemente certera. Incluso el propio Vaticano ha llegado a reconocer, en reiteradas oportunidades, la más absoluta legitimidad y originalidad de los manuscritos sobre los que se ha valido el prodigioso historiador.
Fue a mediados de 1943, cuando el cronista acabó por sembrar su más fuerte impronta literaria al denunciar en su segundo trabajo “De la felatio asistida” , un complejo esbozo revelador de curiosas y polémicas prácticas sociales, que fueran llevadas a cabo durante el breve lapso de mandato del controvertido Papa Pío VIII (1829-1830). Según ha sabido difundir Mendizábal, el pontífice promovió por primera y única vez en la región la práctica de la felación asistida, tal como de desprende del decimocuarto apartado de su encíclica 77-XIX. Preservando la lengua original, transcribe el cronista vasco en su publicación:
“Omne hominis tristis habêre iûs ex felare erga persona fêmina”.
(“Todo hombre sumido en tristeza, tiene derecho a ser felado por una mujer”)
Si bien jamás se ha puesto en discusión cuál fuera el fin último o la intención del acto felatorio –abunda mencionar que radica en librar de tristeza o de pena al sujeto- resulta cierto que la historia ha sembrado un sinfín de polémicas, divergencias y fuertes entrecruzamientos entre doctrinarios y estudiosos del tema, respecto a cuestiones ciertamente accesorias a la medida adoptada por Pío VIII.
Para comenzar, en lo que a materia de traducción compete, resultaría menester aclarar que para una porción minoritaria de los ilustrados en la lengua latina, la expresión iûs no referencia latamente al término derecho –tal como se lo concibe hoy en día- , sino a la palabra obligación . Visto de este modo, la frase quedaría formulada de la siguiente forma:
“Todo hombre sumido en tristeza, tiene la obligación de ser felado por una mujer”.
Sin intención de abrir una polémica en orden a si el hecho de ser felado ocupaba una obligación, o bien, una mera potestad en favor del entristecido –pues no representa el objetivo de este trabajo-, cabe remarcar una vez más que los elementos históricos inherentes a la práctica sexual oral han sido hartamente constatados por la totalidad de los cronistas. Pero aquella no fue sino apenas una de tantas controversias entre los sabiondos de la época.
Otra cuestión digna de análisis radica en dilucidar cuál fue exactamente el sistema aplicado para la elección de la mujer que vendría a despojar de penas al afligido. En tal sentido, el propio Mendizábal ha sugerido que “según el estrato social al que perteneciera el beneficiario, éste tendría la potestad de elegir libremente a la mujer que lo eximiera de tristezas (en caso de tratarse de individuos de estrato social alto), o bien, la dama era designada por una autoridad eclesiástica forma discrecional (ello en el caso de hombres de estrato social medio o bajo)” .
Como contrapartida, diversos trabajos histórico-literarios recientemente recopilados han diferido considerablemente de la versión de los hechos narrada por el escritor vasco. En primer lugar, fueron hallados registros que identifican a la propia esposa como la persona encargada –y responsable- de la felatio. El escritor portugués João Celso Balmade aporta que «en caso de ausencia o fallecimiento de la esposa, el acto debía ser asumido por una mujer de parentesco sanguíneo, ya sea en línea ascendiente como descendiente, excluyendo con ello a la figura de las hermanas». Por su parte, el historiador italiano Roberto Vento opina que solamente estaban facultadas a intervenir en el asunto quienes ejerzan su vida como prostitutas: «il atto di la mamata potrebbe essere fato per la puttana semplicemente».
Otro tópico controversial en relación a estas peculiares prácticas sociales y/o sexuales es aquel que pone en cuestionamiento cuál era exactamente el lugar físico en que se llevaba a cabo el dichoso acto. Es aquí donde encontramos dos profundos lineamientos que han sabido dividir la biblioteca histórica. Por una parte, hay quienes sostienen que la felación se realizaba en forma totalmente privada, verbigracia, en la casa del entristecido . O bien, quienes se pronuncian a favor de la existencia de pequeñas letrinas ubicadas generalmente sobre las plazas de los pueblos, adonde debían concurrir los sujetos para llevar a cabo el tan anhelado sacrificio. Esta segunda metodología era más conocida como felatio pública o felatio recreativa.
Si nos detuviéramos a analizar lo concerniente al ámbito territorial de aplicación de la encíclica, devendría certero mencionar que –tal como consta en los registros escritos del principado- la práctica de la felación asistida se ha desarrollado no sólo en la propia ciudad del Vaticano, sino que también se ha propagado lentamente a través del territorio comprendido entre las ciudades de Elba, Grosseto, Viterbo, Terni, Roma, Firenze, extendiéndose incluso hasta Lazio. Ello acaba explicando el porqué del fenómeno migratorio de hombres producido desde las ciudades satélite de la península itálica hacia la región señalada, movimiento histórico que se diera a conocer como “éxodo del ’30”. Son numerosos los testimonios de mujeres de la época que cuentan cómo sus hombres marchaban de a cientos hacia las proximidades del principado Vaticano -y sus alrededores- con el único y deliberado propósito de desconsolarse.
Para desgracia de muchos, la encíclica en análisis fue derogada al año de su sanción por el Papa Gregorio XVI, tomando en consideración que los hombres comenzaron a suceptibilizarse cada vez con mayor frecuencia, al punto de afligirse por verdaderas frivolidades, y teniendo que requerir el auxilio de la felatio asistida incluso más de una vez por día. Ello debe ser sumado a la sobrepoblación masculina que poco a poco comenzaba a colmar la zona geográfica señalada en el párrafo anterior, cuestión que también brinda una explicación al hecho de por qué Italia enviara tantas tropas de hombres a la guerra, aún cuando la contienda bélica quizás no lo ameritaba.
Mendizábal cita en su trabajo apenas unas líneas pertenecientes a quien se piensa un historiador de la época, cuyo nombre alega desconocer: “… y es que jamás se había visto la ciudad tan acongojada. Los hombres ya se entristecen por cualquier motivo, irrumpiendo en llanto como verdaderos niños. Incluso el artesano César, hijo de Brascenas, quien se sabe una persona fornida y enérgica, desde hace tiempo no cesa de sollozar, y hace cuatro días que no concurre a trabajo…”.
Y continúa el historiador vasco: “…ni debemos olvidar al propio pontífice, quien como todos, se encuentra sumido en un profundo pozo depresivo. Cuenta de ello sirven las enormes cantidades de mujeres que día a día ingresan al palacio” .
Pese a las irrefrenables protestas de hombres que perduraron por los años que siguieron, el nuevo papado jamás volvió a dar el brazo a torcer, poniendo punto final a la discusión inherente a volver a introducir la felatio asistida. Los sucesivos pontífices se encargaron de silenciar el tema y la sociedad misma se ocupó de nunca más retomarlo sino hasta mediados del siglo pasado, a partir de la circulación de los textos pertenecientes a Juan de la Cruz Mendizábal.
Es por ello, que no obstante lo breve del mandato de Pío VIII, aun se sigue recordando, e incluso homenajeando secretamente en todo el mundo, a quien fuera concebido como “El Papa más triste de la historia”. Para muchos, un ser por cierto abominable. Para otros, claro está, un modelo político a seguir.
Fue a mediados de 1943, cuando el cronista acabó por sembrar su más fuerte impronta literaria al denunciar en su segundo trabajo “De la felatio asistida” , un complejo esbozo revelador de curiosas y polémicas prácticas sociales, que fueran llevadas a cabo durante el breve lapso de mandato del controvertido Papa Pío VIII (1829-1830). Según ha sabido difundir Mendizábal, el pontífice promovió por primera y única vez en la región la práctica de la felación asistida, tal como de desprende del decimocuarto apartado de su encíclica 77-XIX. Preservando la lengua original, transcribe el cronista vasco en su publicación:
“Omne hominis tristis habêre iûs ex felare erga persona fêmina”.
(“Todo hombre sumido en tristeza, tiene derecho a ser felado por una mujer”)
Si bien jamás se ha puesto en discusión cuál fuera el fin último o la intención del acto felatorio –abunda mencionar que radica en librar de tristeza o de pena al sujeto- resulta cierto que la historia ha sembrado un sinfín de polémicas, divergencias y fuertes entrecruzamientos entre doctrinarios y estudiosos del tema, respecto a cuestiones ciertamente accesorias a la medida adoptada por Pío VIII.
Para comenzar, en lo que a materia de traducción compete, resultaría menester aclarar que para una porción minoritaria de los ilustrados en la lengua latina, la expresión iûs no referencia latamente al término derecho –tal como se lo concibe hoy en día- , sino a la palabra obligación . Visto de este modo, la frase quedaría formulada de la siguiente forma:
“Todo hombre sumido en tristeza, tiene la obligación de ser felado por una mujer”.
Sin intención de abrir una polémica en orden a si el hecho de ser felado ocupaba una obligación, o bien, una mera potestad en favor del entristecido –pues no representa el objetivo de este trabajo-, cabe remarcar una vez más que los elementos históricos inherentes a la práctica sexual oral han sido hartamente constatados por la totalidad de los cronistas. Pero aquella no fue sino apenas una de tantas controversias entre los sabiondos de la época.
Otra cuestión digna de análisis radica en dilucidar cuál fue exactamente el sistema aplicado para la elección de la mujer que vendría a despojar de penas al afligido. En tal sentido, el propio Mendizábal ha sugerido que “según el estrato social al que perteneciera el beneficiario, éste tendría la potestad de elegir libremente a la mujer que lo eximiera de tristezas (en caso de tratarse de individuos de estrato social alto), o bien, la dama era designada por una autoridad eclesiástica forma discrecional (ello en el caso de hombres de estrato social medio o bajo)” .
Como contrapartida, diversos trabajos histórico-literarios recientemente recopilados han diferido considerablemente de la versión de los hechos narrada por el escritor vasco. En primer lugar, fueron hallados registros que identifican a la propia esposa como la persona encargada –y responsable- de la felatio. El escritor portugués João Celso Balmade aporta que «en caso de ausencia o fallecimiento de la esposa, el acto debía ser asumido por una mujer de parentesco sanguíneo, ya sea en línea ascendiente como descendiente, excluyendo con ello a la figura de las hermanas». Por su parte, el historiador italiano Roberto Vento opina que solamente estaban facultadas a intervenir en el asunto quienes ejerzan su vida como prostitutas: «il atto di la mamata potrebbe essere fato per la puttana semplicemente».
Otro tópico controversial en relación a estas peculiares prácticas sociales y/o sexuales es aquel que pone en cuestionamiento cuál era exactamente el lugar físico en que se llevaba a cabo el dichoso acto. Es aquí donde encontramos dos profundos lineamientos que han sabido dividir la biblioteca histórica. Por una parte, hay quienes sostienen que la felación se realizaba en forma totalmente privada, verbigracia, en la casa del entristecido . O bien, quienes se pronuncian a favor de la existencia de pequeñas letrinas ubicadas generalmente sobre las plazas de los pueblos, adonde debían concurrir los sujetos para llevar a cabo el tan anhelado sacrificio. Esta segunda metodología era más conocida como felatio pública o felatio recreativa.
Si nos detuviéramos a analizar lo concerniente al ámbito territorial de aplicación de la encíclica, devendría certero mencionar que –tal como consta en los registros escritos del principado- la práctica de la felación asistida se ha desarrollado no sólo en la propia ciudad del Vaticano, sino que también se ha propagado lentamente a través del territorio comprendido entre las ciudades de Elba, Grosseto, Viterbo, Terni, Roma, Firenze, extendiéndose incluso hasta Lazio. Ello acaba explicando el porqué del fenómeno migratorio de hombres producido desde las ciudades satélite de la península itálica hacia la región señalada, movimiento histórico que se diera a conocer como “éxodo del ’30”. Son numerosos los testimonios de mujeres de la época que cuentan cómo sus hombres marchaban de a cientos hacia las proximidades del principado Vaticano -y sus alrededores- con el único y deliberado propósito de desconsolarse.
Para desgracia de muchos, la encíclica en análisis fue derogada al año de su sanción por el Papa Gregorio XVI, tomando en consideración que los hombres comenzaron a suceptibilizarse cada vez con mayor frecuencia, al punto de afligirse por verdaderas frivolidades, y teniendo que requerir el auxilio de la felatio asistida incluso más de una vez por día. Ello debe ser sumado a la sobrepoblación masculina que poco a poco comenzaba a colmar la zona geográfica señalada en el párrafo anterior, cuestión que también brinda una explicación al hecho de por qué Italia enviara tantas tropas de hombres a la guerra, aún cuando la contienda bélica quizás no lo ameritaba.
Mendizábal cita en su trabajo apenas unas líneas pertenecientes a quien se piensa un historiador de la época, cuyo nombre alega desconocer: “… y es que jamás se había visto la ciudad tan acongojada. Los hombres ya se entristecen por cualquier motivo, irrumpiendo en llanto como verdaderos niños. Incluso el artesano César, hijo de Brascenas, quien se sabe una persona fornida y enérgica, desde hace tiempo no cesa de sollozar, y hace cuatro días que no concurre a trabajo…”.
Y continúa el historiador vasco: “…ni debemos olvidar al propio pontífice, quien como todos, se encuentra sumido en un profundo pozo depresivo. Cuenta de ello sirven las enormes cantidades de mujeres que día a día ingresan al palacio” .
Pese a las irrefrenables protestas de hombres que perduraron por los años que siguieron, el nuevo papado jamás volvió a dar el brazo a torcer, poniendo punto final a la discusión inherente a volver a introducir la felatio asistida. Los sucesivos pontífices se encargaron de silenciar el tema y la sociedad misma se ocupó de nunca más retomarlo sino hasta mediados del siglo pasado, a partir de la circulación de los textos pertenecientes a Juan de la Cruz Mendizábal.
Es por ello, que no obstante lo breve del mandato de Pío VIII, aun se sigue recordando, e incluso homenajeando secretamente en todo el mundo, a quien fuera concebido como “El Papa más triste de la historia”. Para muchos, un ser por cierto abominable. Para otros, claro está, un modelo político a seguir.