Un Jordan intergaláctico
«Debe ser mi imaginación», pensé. Entonces tomé delicadamente de la mesa los cubiertos, tal como si se tratara de dos finos bisturís, y comencé a dar vueltas al brócoli que había preparado para la ocasión. Pero no había caso, lejos de importar en qué posición lo colocara, me convencía cada vez más de que desde cualquier perspectiva podía distinguirse claramente el rostro del basquetbolista.
El día que descubrí la cara de Michael Jordan en un brócoli me encontraba realizando mis compras semanales en el minimercado “El Tanito”, que queda ubicado frente a la estación de Paso del Rey, cerca de casa. Ya había cargado en el changuito lo necesario como para subsistir una semana entera sin gastar un solo peso más, por lo que sólo quedaba dirigirme a una de las dos cajas de pago. No habría dado, entonces, más de seis o siete pasos cuando atravesé el sector de las verduras, sintiendo un fuerte impacto por lo que terminaba de ver: de la góndola de los brócolis sobresalía uno especialmente grande, que se asemejaba sensiblemente al rostro de la máxima estrella de la NBA. Efectivamente, tan semejante y fidedigna era su expresión -con su conjunto de arrugas, sombras, lunares y el sudor de haber terminado un arduo partido de liga- que sentí que de haberlo dejado allí, solitario, abandonado, hubiese incurrido en el delito de abandono de persona.
Solté el chango, y los productos se desparramaron por el piso ante la mirada atónita de tres o cuatro clientes circunstanciales. De inmediato, busqué al dueño del boliche.
- ¡Tanito, Tanito! –grité. Tenés que ver esto, hay un brócoli con la geta de Michael Jordan.
El Tano interrumpió las cuentas que estaba ensayando en papel y lápiz, y me hizo una seña con su dedo índice, instándome a que me callara, y de ese modo fue acercándose cautelosamente, con su mirada fija en la mía, y una vez frente a frente, me susurró:
- Michael es el guardián intergaláctico de la verdura. Él proviene de un evolucionado planeta situado a años luz de distancia del nuestro, donde los hombres pueden adoptar forma de cualquier otra materia orgánica. Llegó por sus propios medios, y su misión en la tierra consiste en proteger a todos los vegetales –no solamente a los brócolis- del avance de la comida chatarra.
- ¡O sea, que no es una alucinación! Se trata…
- ¡Shhh! –interrumpió. Esto no lo tiene que saber nadie más que nosotros. Desde este momento, lo declaro “secreto de estado”, ¿Entendido, terrícola? –el Tanito comenzó a retroceder sin mover sus pies ni sus piernas, como si fuera impulsado por una extraña fuerza propulsora, hasta quedar completamente paralizado, con sus manos unidas en círculos, formando un binocular imaginario, el cual posó sobre sus ojos y allí se detuvo.
Si bien más de un centenar de ideas atravesaron mis neuronas en un brevísimo lapso temporal de uno o dos segundos, deseché cualquier indicio de pensamiento racional al respecto, y volví a dirigirme hacia a la góndola en cuestión. Seis pasos. Miré fijamente al nuevo guardián de los vegetales y creí percibir un suspiro, acompañado de un débil balbuceo: «Llévame contigo, no aguanto más este sitio…». Tras cerciorarme de que nadie me miraba, tomé fuertemente el brócoli con mis manos y eché a correr, hasta salir del mercado, y una vez fuera, seguí corriendo, mientras podía oír las pisadas y las maldiciones del Tanito, en reclamo de su estelar héroe protector. Jamás atiné a darme vuelta, y cuando por fin llegué a casa, abrí la puerta rápidamente y me atrincheré.
Ahora estoy aquí dentro, encerrado, pero juraría que no siento ningún temor por lo que pueda llegar acontecer. Desde el cerrojo puedo distinguir claramente la silueta del Tanito, buscando el auxilio de la Guardia Civil, Gendarmería, y un ejército de alcauciles con el rostro de diversas celebridades, todos listos para atacar.
Comienzo nuevamente a dar vueltas al brócoli, y el basquetbolista me grita: -¡Hey, terrícola, devuélveme a la vida! ¡Devórame!
El día que descubrí la cara de Michael Jordan en un brócoli me encontraba realizando mis compras semanales en el minimercado “El Tanito”, que queda ubicado frente a la estación de Paso del Rey, cerca de casa. Ya había cargado en el changuito lo necesario como para subsistir una semana entera sin gastar un solo peso más, por lo que sólo quedaba dirigirme a una de las dos cajas de pago. No habría dado, entonces, más de seis o siete pasos cuando atravesé el sector de las verduras, sintiendo un fuerte impacto por lo que terminaba de ver: de la góndola de los brócolis sobresalía uno especialmente grande, que se asemejaba sensiblemente al rostro de la máxima estrella de la NBA. Efectivamente, tan semejante y fidedigna era su expresión -con su conjunto de arrugas, sombras, lunares y el sudor de haber terminado un arduo partido de liga- que sentí que de haberlo dejado allí, solitario, abandonado, hubiese incurrido en el delito de abandono de persona.
Solté el chango, y los productos se desparramaron por el piso ante la mirada atónita de tres o cuatro clientes circunstanciales. De inmediato, busqué al dueño del boliche.
- ¡Tanito, Tanito! –grité. Tenés que ver esto, hay un brócoli con la geta de Michael Jordan.
El Tano interrumpió las cuentas que estaba ensayando en papel y lápiz, y me hizo una seña con su dedo índice, instándome a que me callara, y de ese modo fue acercándose cautelosamente, con su mirada fija en la mía, y una vez frente a frente, me susurró:
- Michael es el guardián intergaláctico de la verdura. Él proviene de un evolucionado planeta situado a años luz de distancia del nuestro, donde los hombres pueden adoptar forma de cualquier otra materia orgánica. Llegó por sus propios medios, y su misión en la tierra consiste en proteger a todos los vegetales –no solamente a los brócolis- del avance de la comida chatarra.
- ¡O sea, que no es una alucinación! Se trata…
- ¡Shhh! –interrumpió. Esto no lo tiene que saber nadie más que nosotros. Desde este momento, lo declaro “secreto de estado”, ¿Entendido, terrícola? –el Tanito comenzó a retroceder sin mover sus pies ni sus piernas, como si fuera impulsado por una extraña fuerza propulsora, hasta quedar completamente paralizado, con sus manos unidas en círculos, formando un binocular imaginario, el cual posó sobre sus ojos y allí se detuvo.
Si bien más de un centenar de ideas atravesaron mis neuronas en un brevísimo lapso temporal de uno o dos segundos, deseché cualquier indicio de pensamiento racional al respecto, y volví a dirigirme hacia a la góndola en cuestión. Seis pasos. Miré fijamente al nuevo guardián de los vegetales y creí percibir un suspiro, acompañado de un débil balbuceo: «Llévame contigo, no aguanto más este sitio…». Tras cerciorarme de que nadie me miraba, tomé fuertemente el brócoli con mis manos y eché a correr, hasta salir del mercado, y una vez fuera, seguí corriendo, mientras podía oír las pisadas y las maldiciones del Tanito, en reclamo de su estelar héroe protector. Jamás atiné a darme vuelta, y cuando por fin llegué a casa, abrí la puerta rápidamente y me atrincheré.
Ahora estoy aquí dentro, encerrado, pero juraría que no siento ningún temor por lo que pueda llegar acontecer. Desde el cerrojo puedo distinguir claramente la silueta del Tanito, buscando el auxilio de la Guardia Civil, Gendarmería, y un ejército de alcauciles con el rostro de diversas celebridades, todos listos para atacar.
Comienzo nuevamente a dar vueltas al brócoli, y el basquetbolista me grita: -¡Hey, terrícola, devuélveme a la vida! ¡Devórame!
En lo que me compete, ya preparé el salero, el aceite y el vinagre. Michael, llegó tu hora.