Back-up de textos de Germán Navas

Espacio que utilizo para mantener a salvo todo lo que escribo: cuentos, notas periodísticas, poesías, letras de canciones, fórmulas, historietas y recetas de cocina. Seguramente sea mi espacio más íntimo en la Web, por eso te pido discreción.

viernes, julio 06, 2007

Blueman Group son nuestras madres

Cuando advertí la presencia de un sobre papel madera posado prolijamente sobre el escritorio de mi Estudio Jurídico serían las ocho de la mañana, y me quedé examinándolo, pensativo, tratando de recordar si algún cliente me había alcanzado cierta documentación el día anterior, o mejor aún, de dónde provenía tal recado.
Cuando me decidí a abrir el sobre serían las ocho y cuarenta y cinco, aproximadamente, y de su interior se desprendieron dos entradas para asistir a un espectáculo llamado Blueman Group, que se llevaría a cabo en el estadio Luna Park.
- ¿Y? ¿Qué te pareció la sorpresita que te dejé sobre el escritorio?
Cuando sonó el teléfono de mi Estudio serían las diez y veinte, y era la voz de mi madre, adjudicándose el carácter de remitente del –ya nada misterioso- sobre papel madera.
- No tengo ni puta idea lo que es Blueman Group, mamá.
- No importa, quiero que vayas con tu hermana y después me cuentes. La función es esta noche.
- Bueno… gracias, mamá –me hubiera gustado decirle: “Tengo un compromiso esta noche, te devuelvo las entradas mediante un remís”, pero no tuve la suficiente lucidez en ese momento.
- De nada, que lo disfrutes mucho.
- Chau.
- Chau, besito, mua mua.
Cuando llamé a mi hermana serían las doce del mediodía.
- ¿Y qué mierda es Blueman Group?
- No tengo ni puta idea, pero mamá quiere que vayamos.
Cuando la pase a buscar serían las ocho de la noche, y cuando llegamos al Luna Park, las nueve y cinco.
Cuando empezó el espectáculo serían las nueve treinta. El estadio estaba repleto. No temería en pecar de exagerado al afirmar que habría más de tres mil almas encerradas en el predio. Lo primero que vimos fue a tres monigotes pintados completamente de azul, que salieron a saludar. Todos los ovacionamos, y apostaría mucho dinero que la gran mayoría de nosotros no tenía ni puta idea quiénes eran esos tres mamotretos. El público hizo silencio y desde lo alto del escenario comenzó a desplegarse una pantalla gigante, lo suficientemente colosal como para que todo el recinto pudiera observar con claridad lo que allí se proyectaba, incluso mi hermana y yo, que teníamos la ubicación más lejana –léase, la más económica-.
Cuando comenzó la proyección, serían las nueve y treinta y cinco. Lo primero que pudimos apreciar fue un audiovisual referido a un perro que se la pasaba defecando en la vía pública. El segundo video comenzó tomando un plano detalle a dos ojos que me resultaron familiares. Cuando la cámara abrió el plano, caí a cuenta de que se trataba de mi madre. Todo el Luna Park, ahora, estaba viendo a mi progenitora, quien –sin dejar de mirar fijamente al visor- decía:
- Laurita, Germán, los amo, son mis dos amores -sumado a otras palabras que no pude retener, pues mi asombro era tal que le ganaba a lo más racional de la situación y me impedía comprender lo que estaba aconteciendo en ese momento. Mi hermana me apretó el brazo. No sabíamos qué hacer. Nos miramos. Inmediatamente, el audiovisual no nos dio más tiempo de reacción y enseñó los ojos de otra señora, desconocida para nosotros, e hizo el mismo juego de plano detalle – primer plano. La mujer exclamó:
- Luis, querido, sos mi pequeño orgullo… -y no tardó en aparecer la tercera mujer, y la cuarta, y la quinta, y la sexta, todas ellas bajo el mismo juego de cámara y dedicándoles unas conmovedoras palabras a sus hijos.
Cuando concluyó el discurso de la madre número dos mil doscientos quince serían las cinco y cuarenta y cinco de la mañana. Unos fuegos artificiales prorrumpieron del escenario, y mi hermana me despertó con el codo. Los tres imbéciles de azul emergieron repentinamente, y –esta vez tampoco podría explicar por qué- todos los ovacionamos. Ellos dieron lugar a una madre, y luego a otra, y a otra, todas las madres comenzaron a ocupar el escenario, los espectadores, señalaban con total desmesura.
- Ahí está mamá.
- ¿Dónde?
- Fijate bien, hacia la izquierda, entre la mujer de sobrero y la gorda de pollera.
Reconocí a mi vieja entre las miles de madres que desfilaban entre las tablas, y le chiflé. Y ella reconoció mi chiflido, que es único. Le hice una seña ridícula con mis brazos (imitando un paso de baile del cantautor Alcides), y ella me lo contestó de idéntica forma. Es un código que tenemos en la familia para reconocernos a la distancia.
Cuando nos subimos los tres al auto serían las seis y media de la mañana. Durante el viaje de vuelta no hablamos. Yo conduje y las dos mujeres miraban hacia fuera por la ventanilla. Paré a cargar gas en una estación de combustible. Nos bajamos. Pagué. Nos subimos, siempre sin dirigirnos la palabra, y encaramos directamente a nuestro hogar.
Cuando comencé a escribir esta absurda crónica serían las ocho, y llevaba más de veinticuatro horas sin dormir, y cuando la terminé, serían ya las nueve.

1 Comments:

  • At 7:35 a. m., Anonymous Anónimo said…

    "Yo conduje y las otras dos mujeres..."? Acto fallido quizás?

    Besos
    C

     

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