Mormones
Hoy
a las 8 de la mañana dos mormones me tocaron el timbre. Yo había dormido mal y
poco. Entre asesinarlos y hacerlos pasar, opté por lo segundo. Buenos tipos, a
la vista. El encuentro duró 15 o 20 minutos. Ellos me hablaron de Dios, y yo de
la hegemonía de los medios de comunicación como sostén del gobierno neoliberal.
Ellos me regalaron un libro sobre Jesús de Nazaret, y yo un apunte de Jesús
(sic) Barbero que había usado para la facultad. Si bien todos mentimos cuando
prometimos leer el material, pudimos hacer catarsis sobre lo que nos movilizaba.
Yo los escuché y ellos me escucharon. Y aunque ya no creo que vuelvan, sentí
que en ese momento a los tres nos unió una misma cosa: tener una convicción.
Pienso
que hoy podemos elegir entre bajar los brazos y quedarnos encerrados
lamentándonos por los objetivos electorales que no pudimos cumplir, o celebrar
que somos muchos los que pensamos que podemos tener un país distinto, que
estamos juntos, que no tenemos razón sino convicciones, y que nunca vamos a
volver si no seguimos dando la lucha, dejando de lado nuestras individualidades
en pos de un proyecto colectivo.
Vamos,
compañeros y compañeras, vecinos y vecinas, a salir militar fuertemente, todos
juntos, que es el camino que aprendimos para lograr construir esa sociedad
justa que siempre soñamos. Vamos, compañeros, vamos compañeras. ¡A no aflojar!
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