El ajedrez es un juego de hombres.
-El ajedrez es un juego de hombres... -probablemente haya dicho el húngaro con prolija barbita candado y cara de pocos amigos. Me refiero a que "probablemente haya dicho", ya que de idioma húngaro no hablo un pomo, y en lo que llevo de viaje aprendí a decir apenas dos frases sueltas.
Entiendo que resulta confirmatorio de mi teoría la cara de bronca de aquella joven que se había sentado a desafiarlo al ajedrez, y que ahora se retiraba murmurando algo inentendible en nuestra lengua, pero seguramente relacionado con mandarlo a la recalcada concha de su madre, si se me permite la inferencia nuevamente.
Ahí nomás, el tipo me miro a los ojos, desafiante, invitándome a sentarme frente al tablero.
Acepte, obvio, me moría de ganas de jugar al ajedrez contra un húngaro, si son los mejores del mundo. Entonces me dio las blancas. Una gentileza que a mí, no sé por qué, me olió mal.
-Becils angulul? -me lucí con mi primera expresión en húngaro. Significa: "¿Habla usted ingles?", y fue lo primero que aprendí a decir cuando llegue a Budapest. Pensé que sería una manera educada de poder presentarme, y entablar una pequeña charla antes de arrancar la partida. Negó con la cabeza. "No", supe interpretar con sabiduría, de la misma manera cuando aquella vez, al cumplir los doce anos, le pedí a mi viejo si me llevaba a debutar con una puta.
Dadas las circunstancias, no me iba a dejar intimidar por su mala parquedad y arranque de inmediato con el juego, por supuesto, con peón cuatro rey, como me enseñaron a salir cuando uno no conoce lo suficiente al adversario.
En realidad, tampoco podría decirse que yo no conocía al húngaro este, ya que hacía unos cuarenta minutos que me había ubicado a un costado del tablero, viendo como despachaba a un oponente tras otro, cual abrevalijas de ezeiza tras hacerse de un reproductor de MP3 y un secador de pelo, por poner un ejemplo.
Este húngaro era bueno de veras, eh, les jugaba a todos una apertura muy ordenada y esquemática, luego sabia distribuir bien las piezas en el medio juego, sacando la diferencia con ofensivas estrategias, y te terminaba aniquilando como el Barcelona de Messi. En apariencia, y hasta donde había visto, era infalible. Ganarle parecía más improbable que Villa Dálmine salga campeón de la libertadores, invicto, y sin recibir goles.
Se me hizo en canchero jugando un gambito de rey, y ahí nomás acepte, no iba a echarme atrás. Estaba defendiendo el honor de la nación argentina, aunque el húngaro no lo sabia, claro, ni le interesaba, porque no cruzamos una mínima palabra, siquiera.
Traté de recordar qué estrategia elaborar ante un gambito de negras, repasé mentalmente, mientras iba moviendo las piezas, alguna lección del libro de Roberto Grau, alguna partida con mi viejo, o algo que me haya dicho el profesor de ajedrez durante las épocas en que iba a clase. A medida que hacía memoria, se iba reflejando una diferencia en el juego. Era apenas una tendencia, como la que en octubre da por ganadora a Cristina.
Alfil por peón, caballo por alfil con jaque y doblete. Jugada maestra. Ahí, se empezó a arrimar más gente a ver la partida.
Después de ocho o nueve jugadas la diferencia era clara, nos llevábamos torre y caballo contra peón y alfil.
Pintaba para paliza, pero no quería precipitarme en anunciarlo.
En la medida que el número de espectadores crecía, más, y más piezas se iban yendo del tablero hasta que en la jugada quince, cayó la dama, como la Pradón cuando se tiró desde el bacón de un quinto piso. Ya estaba definido, pero había que seguir jugándolo por respeto al adversario, eso también me lo había ensenado mi viejo. Poco a poco empezaron a caer las restantes piezas, como ladrillos del muro de Berlín en 1989. Los peones se retiraban del tablero, para volver a labrar la tierra, los caballos se herniaron, y las dos torres se derribaron peor que las gemelas de Bin Laden.
Torre en séptima fila, infalible, ya lo dijo el maestro Nimzowicht (¿seria húngaro?) en su tratado de ajedrez. Desenlace inminente y más anunciado que la muerte de Di Caprio en Titanic. Sólo dos jugadas más aguanto el barco sobre la marea, hasta que acabo por hundirse la nave, en un jaque mate de una calidad incomparable.
Nunca lo hubiera pensado. Qué afano, cuánta maestría, qué nivel de destrozo... cómo me rompió bien el orto!!! Qué manera de hacerme parir este húngaro hijo de una gran puta!!! Me puso de rodillas, me liquido sin piedad, como en mi putisima vida me habían ganado. Me comió mas piezas, que las facturas que se clavo la Tota Santillán el día después de terminar la dieta de la luna. Qué turro, por Dios!!! Porque cuando uno ve que el contrincante no está a su altura, se le da un changüí, no sé, una ayudita, te hacés el boludo en alguna jugada, lo que sea, para que no se sienta tan desgraciado. Pero este húngaro culorroto no me perdonó una...
Y lo peor es que durante el partido yo lo miraba a los ojos después de cada movimiento de mis piezas, pero ¿se creen que el barbita-candado en algún momento levanto la mirada para hacerme algún tipo de gesto? No, ¡ni en pedo! No despegaba la vista del tablero, como si tuviera delante de él el tremendo orto de Silvina Luna mostrándole la última tanguita que se compró. Es que ni el mismísimo Karpov, Kasparov, Garcharov, o como se llame, me hubiese violado de semejante manera...
-¡Kosonom! -me dijo antes de que me vaya. Sí, eso lo entendí, significa "lo siento", y es lo segundo que aprendí a decir en húngaro. "Lo siento", me dice el caradura!!! Encima tiene el tupé de gastarme!!! Lo que faltaba!!! Que ganas de recagarlo a bien a trompadas... decí que me contuve. Pensé en mi vieja y me contuve, porque de otra manera, de no haber sido por mi vieja, lo boxeaba, como Graciela Camaño a ese legislador con cara de postre serenito.
Ahora ya pasó todo, por suerte, y estoy mas tranquilo, yéndome de Budapest, de esta ciudad repleta de Kasparoves, Karpoves y Garcharoves, y habiendo aprendido una importante lección, sí, sí: jugarle al ajedrez a un húngaro es más difícil que enfiestarse durante un fin de semana con el plantel completo de las leonas. Aunque les digo algo, yo, por las dudas, voy aprendiendo hockey, uno nunca sabe...
Entiendo que resulta confirmatorio de mi teoría la cara de bronca de aquella joven que se había sentado a desafiarlo al ajedrez, y que ahora se retiraba murmurando algo inentendible en nuestra lengua, pero seguramente relacionado con mandarlo a la recalcada concha de su madre, si se me permite la inferencia nuevamente.
Ahí nomás, el tipo me miro a los ojos, desafiante, invitándome a sentarme frente al tablero.
Acepte, obvio, me moría de ganas de jugar al ajedrez contra un húngaro, si son los mejores del mundo. Entonces me dio las blancas. Una gentileza que a mí, no sé por qué, me olió mal.
-Becils angulul? -me lucí con mi primera expresión en húngaro. Significa: "¿Habla usted ingles?", y fue lo primero que aprendí a decir cuando llegue a Budapest. Pensé que sería una manera educada de poder presentarme, y entablar una pequeña charla antes de arrancar la partida. Negó con la cabeza. "No", supe interpretar con sabiduría, de la misma manera cuando aquella vez, al cumplir los doce anos, le pedí a mi viejo si me llevaba a debutar con una puta.
Dadas las circunstancias, no me iba a dejar intimidar por su mala parquedad y arranque de inmediato con el juego, por supuesto, con peón cuatro rey, como me enseñaron a salir cuando uno no conoce lo suficiente al adversario.
En realidad, tampoco podría decirse que yo no conocía al húngaro este, ya que hacía unos cuarenta minutos que me había ubicado a un costado del tablero, viendo como despachaba a un oponente tras otro, cual abrevalijas de ezeiza tras hacerse de un reproductor de MP3 y un secador de pelo, por poner un ejemplo.
Este húngaro era bueno de veras, eh, les jugaba a todos una apertura muy ordenada y esquemática, luego sabia distribuir bien las piezas en el medio juego, sacando la diferencia con ofensivas estrategias, y te terminaba aniquilando como el Barcelona de Messi. En apariencia, y hasta donde había visto, era infalible. Ganarle parecía más improbable que Villa Dálmine salga campeón de la libertadores, invicto, y sin recibir goles.
Se me hizo en canchero jugando un gambito de rey, y ahí nomás acepte, no iba a echarme atrás. Estaba defendiendo el honor de la nación argentina, aunque el húngaro no lo sabia, claro, ni le interesaba, porque no cruzamos una mínima palabra, siquiera.
Traté de recordar qué estrategia elaborar ante un gambito de negras, repasé mentalmente, mientras iba moviendo las piezas, alguna lección del libro de Roberto Grau, alguna partida con mi viejo, o algo que me haya dicho el profesor de ajedrez durante las épocas en que iba a clase. A medida que hacía memoria, se iba reflejando una diferencia en el juego. Era apenas una tendencia, como la que en octubre da por ganadora a Cristina.
Alfil por peón, caballo por alfil con jaque y doblete. Jugada maestra. Ahí, se empezó a arrimar más gente a ver la partida.
Después de ocho o nueve jugadas la diferencia era clara, nos llevábamos torre y caballo contra peón y alfil.
Pintaba para paliza, pero no quería precipitarme en anunciarlo.
En la medida que el número de espectadores crecía, más, y más piezas se iban yendo del tablero hasta que en la jugada quince, cayó la dama, como la Pradón cuando se tiró desde el bacón de un quinto piso. Ya estaba definido, pero había que seguir jugándolo por respeto al adversario, eso también me lo había ensenado mi viejo. Poco a poco empezaron a caer las restantes piezas, como ladrillos del muro de Berlín en 1989. Los peones se retiraban del tablero, para volver a labrar la tierra, los caballos se herniaron, y las dos torres se derribaron peor que las gemelas de Bin Laden.
Torre en séptima fila, infalible, ya lo dijo el maestro Nimzowicht (¿seria húngaro?) en su tratado de ajedrez. Desenlace inminente y más anunciado que la muerte de Di Caprio en Titanic. Sólo dos jugadas más aguanto el barco sobre la marea, hasta que acabo por hundirse la nave, en un jaque mate de una calidad incomparable.
Nunca lo hubiera pensado. Qué afano, cuánta maestría, qué nivel de destrozo... cómo me rompió bien el orto!!! Qué manera de hacerme parir este húngaro hijo de una gran puta!!! Me puso de rodillas, me liquido sin piedad, como en mi putisima vida me habían ganado. Me comió mas piezas, que las facturas que se clavo la Tota Santillán el día después de terminar la dieta de la luna. Qué turro, por Dios!!! Porque cuando uno ve que el contrincante no está a su altura, se le da un changüí, no sé, una ayudita, te hacés el boludo en alguna jugada, lo que sea, para que no se sienta tan desgraciado. Pero este húngaro culorroto no me perdonó una...
Y lo peor es que durante el partido yo lo miraba a los ojos después de cada movimiento de mis piezas, pero ¿se creen que el barbita-candado en algún momento levanto la mirada para hacerme algún tipo de gesto? No, ¡ni en pedo! No despegaba la vista del tablero, como si tuviera delante de él el tremendo orto de Silvina Luna mostrándole la última tanguita que se compró. Es que ni el mismísimo Karpov, Kasparov, Garcharov, o como se llame, me hubiese violado de semejante manera...
-¡Kosonom! -me dijo antes de que me vaya. Sí, eso lo entendí, significa "lo siento", y es lo segundo que aprendí a decir en húngaro. "Lo siento", me dice el caradura!!! Encima tiene el tupé de gastarme!!! Lo que faltaba!!! Que ganas de recagarlo a bien a trompadas... decí que me contuve. Pensé en mi vieja y me contuve, porque de otra manera, de no haber sido por mi vieja, lo boxeaba, como Graciela Camaño a ese legislador con cara de postre serenito.
Ahora ya pasó todo, por suerte, y estoy mas tranquilo, yéndome de Budapest, de esta ciudad repleta de Kasparoves, Karpoves y Garcharoves, y habiendo aprendido una importante lección, sí, sí: jugarle al ajedrez a un húngaro es más difícil que enfiestarse durante un fin de semana con el plantel completo de las leonas. Aunque les digo algo, yo, por las dudas, voy aprendiendo hockey, uno nunca sabe...
1 Comments:
At 3:27 p. m., Juan David Guzman Vasquez said…
Jajajaja que risaaaaa como te rompio el orto ese hungaro de la gran jajajjajaa. Y con gambito de rey!!! Pero que jugaste nojoda argentino???
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