Me
pregunto, infinitamente, para qué tuviste que nombrarla. Si todo era tan
perfecto; perfecta la noche de estrellas, el enigma de tu aroma, los taninos
vivos en tu lengua y el resto de vino en las copas. Tus uñas, perfectamente
encastradas en mi espalda. Entonces, para qué. Para qué nombrarla así, si la
música también era perfecta y el colchón nuevo de uno cincuenta.
Fue
ver de reojo la boleta. Su foto en la boleta. Y transformarte. Entre mis
libros, la boleta, transformarte bruscamente, largar el humo del después y
despotricar. Y en un relámpago pasar del amor al desprecio, de la serenidad a
la irritación, de la entrega a la embestida. Siempre creí que la ‘yegua’ era el
mamífero hembra de la familia de los equinos. Mejor saberte así, somos seres de
distinta naturaleza.
Por
eso, cuando bajes del auto y esos tacos besen el suelo, no querrás volver a
verme. Menos aún, cuando revises tu campera. Ojalá te traiga suerte. Que esa
boleta que late, oculta en el bolsillo izquierdo, te traiga tanta suerte que
algún día ella VUELVA.
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